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Nochebuena sin Pedro

    SU festividad se celebró hace nada: el 23 de noviembre. Cuentan las actas tardías del siglo IV que Clemente de Roma (Clemente I) fue deportado por el emperador Trajano al Quersoneso Taúrico –la actual Crimea– y condenado a trabajos forzados en una cantera. Luego habría sido torturado y martirizado mediante el método de santo al agua, con un ancla al cuello para que sus acólitos no pudieran venerarle.

    Leyenda hagiográfica aparte, lo que sí parece acreditado es su condición de mártir. Y que el bueno de Clemente tuvo trato con los apóstoles de Jesús de Nazaret, propagó notablemente su doctrina y fue muy afamado. Entre otras cosas, por sus cartas y por su defensa de los cristianos de Filipos.

    Su primera misiva, la epístola a los Corintios, el documento papal más antiguo que se conoce (finales del siglo I), se la dirigió a los cristianos de esa ciudad griega. Sirvió para frenar una sedición –término muy de moda– en esa comunidad, evitar un cisma y volver al orden jerárquico legítimo que establecieran allí los apóstoles.

    Nadie pone en duda la firmeza, coraje y profunda convicción en los principios de la fe del que está considerado como cuarto obispo de Roma, tras Pedro, Lino y Cleto.

    No mucho tiempo después de la muerte de Clemente I, en los siglos II y III, el cristianismo llegó a los territorios de la actual Ucrania. El bautismo oficial del gran príncipe de Kiev Volodímir I, y de su pueblo, tuvo lugar en el año 988, oficiado por misioneros enviados desde Constantinopla.

    La actual Ucrania, en donde Rusia masacra desde el pasado 24 de febrero, es la mayor Iglesia católica oriental del mundo. Más del 85 por ciento de los casi 41 millones de ucranianos se declara cristiano y, por encima del 10 por ciento, son católicos (entre greco-católicos y católicos-romanos).

    Mientras una parte de esos cristianos choca contra las tropas de Putin, la otra, los civiles que se quedaron en el país, rezan en los sótanos y en los refugios.

    La Navidad les llegará cargada de desolación y de muerte, en lugar de regalos. La recibirán a oscuras, congelados y sin comida. No escucharán villancicos, sino el aterrador hilo musical de los misiles hipersónicos rusos. Los que no hayan perdido ya a sus progenitores, se sentirán sin duda huérfanos de espíritu.

    Desde el inicio de la invasión, el otro Volodímir (Zelenski), ha recibido en el palacio Mariinsky de la capital ucrania a todo quisqui entre el rol de jerifaltes de la cosa internacional. Por la sala blanca del magnífico edificio barroco, a orillas del Dniéper y contiguo a la Rada Suprema (el Parlamento), se han pasado por ejemplo los premieres Scholz, Johnson, Draghi, Macron y Sánchez, las presidentas del Parlamento y de la Comisión Europea, Metsola y Von der Leyen, la entonces presidenta de la Cámara de Representantes y el secretario de Estado de Estados Unidos, Pelosi y Blinken, y hasta la primera dama de ese país, Jill Biden. Algunos de ellos, además, en varias ocasiones; aunque eso sí, todos debidamente abrigados por la milicia kievita.

    El verano pasado, el Papa Francisco amagó visita a Ucrania pero, a la postre, todo quedó en agua de cerrajas. Los argumentos vaticanos fueron varios: el empeoramiento del estado de su rodilla; la falta de seguridad porque las visitas papales, al contrario que las de los políticos, hay que anunciarlas con antelación; el sinsentido de un viaje sin encuentros con fieles y prelados... aunque en septiembre, sí viajó a Kazajistán.

    En 2015, el actual pontífice se reconoció en una entrevista como “muy cobarde para el dolor físico” y aseguró que, si Dios decidía llevárselo, sólo le pedía que fuese indoloro.

    No puedo evitarlo. Enseguida se me aparece la imagen de Juan Pablo II, contraído por el sufrimiento, mientras asía su férula como un salvavidas. El Papa viajero sí estuvo en Reino Unido y en Argentina durante la guerra de las Malvinas. Y Pío XII visitó Roma en 1943 para apoyar a su población tras un bombardeo durante la II Guerra Mundial.

    Las Profecías de San Malaquías dejan entrever la posible muerte del Papa 113 (desde Celestino II) –que sería Francisco–, en una ciudad con siete colinas, como Roma... o también, como Kiev. Pero no creo que haya ucraniano al que se le pase por la cabeza que su inevitable desamparo moral navideño se deba al pánico por el dolor o al temor a que se cumplan los vaticinios del santo irlandés.

    A pesar de que tampoco hayamos visto a Bergoglio en Moscú –ciudad fundada por cierto por uno de los hijos menores de Volodímir I–, sacándole los colores a Putin y exigiéndole zanjar su barbarie.

    08 dic 2022 / 01:00
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