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¿Nos invade la desidia?

    TENGO la sensación de que en España, personas e instituciones estamos perdiendo la ilusión, según podemos ver en las funciones que cada uno desempeña en la sociedad.

    Desidia en los ayuntamientos, en la tramitación de licencias y permisos, que se eternizan por los rincones de la burocracia, ya sean para la construcción, obras menores, apertura de negocios o liquidación de impuestos. Esta forma de actuar perjudica a empresarios, empleo, proveedores y municipios.

    La pandemia ha sido la coartada para que la cita previa se haya instalado, sobre todo en sectores como bancos, seguros, sanidad y administraciones públicas. El sufrido usuario debe proveerse de tiempo y paciencia.

    En los juzgados se amontonan los expedientes en armarios, estanterías, mesas y sillas, en la era digital, con los consiguientes retrasos. La justicia demorada es menos justicia.

    Cuando recibimos una carta de la Agencia Tributaria para aclarar nuestras declaraciones de impuestos, observen que el plazo de prescripción está a punto de cumplirse.

    Las ayudas en catástrofes de todo tipo tardan meses o años en llegar a su destino. Los ejemplos están en la mente de todos.

    La administración sanitaria se ha visto desbordada con la pandemia. El personal es insuficiente y se encuentra extenuado y con la moral por los suelos.

    Se aprueban normas cuyo cumplimiento nadie vigila, y, por lo tanto, se las pierde el respeto.

    La decepción de los trabajadores está estrechamente vinculada a la temporalidad y a la constante reducción de plantillas. La consecuencia es una escasa implicación con el trabajo, público o privado.

    A lo dicho hay que añadir actuaciones irresponsables individuales –absentismo laboral, falta de productividad, trabajo subterráneo–, empresariales y de las propias administraciones públicas con su tolerancia e ineficiente utilización de los recursos públicos.

    La desilusión desmotiva, se convierte en falta de compromiso y termina en hastío. Los consumidores hacemos bueno el refrán “llámame perro y tírame pan”; los trabajadores ven un enemigo en el empresario; los empresarios mejoran sus cuentas de resultados reduciendo plantillas y prestando un peor servicio; las administraciones públicas, con frecuencia, miran y no ven la falta de implicación de sus funcionarios y caen en algunos de los vicios de la empresa privada, como el de la temporalidad.

    ¿Llegaremos al dicho “Entre todos la matamos y ella sola se murió? Yo me pregunto: ¿es posible recuperar la ilusión?

    22 ene 2022 / 01:00
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