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Nos rendimos

    NO se si a ustedes les habrá causado tanta impresión como a mí la portada de EL CORREO GALLEGO del pasado lunes, en la que se nos informaba de que sólo el 3,8 por ciento de nuestra superficie cultivable está siendo cultivada. A mi me ha dejado sin habla. Y no porque no lo haya visto venir, sino por la persistencia con la que avanza esta amenaza de abandono.

    Miren ustedes, en este país, hace no demasiados años, menos, desde luego, de los que yo ya he vivido, se cultivaban hasta las macetas de los balcones. Nosotros, los gallegos, durante más que muchos siglos, hemos vivido prácticamente nada más que del cultivo de la tierra. Apretados, porque éramos muchos, sobre una tierra hiper parcelada, para que pudiese haber un pedacito para cada uno, muchos, sí, pero pobres, buscábamos la supervivencia sin más ayuda que el legón, ni más preparación que la disponibilidad para el sudor.

    Nosotros fuimos eso: tierra, legón y sudor. Y tan apretados, como digo, que muchos de nosotros, centenares de miles, si querían más holgura, no tenían más camino que el océano, buscando otras tierras, ajenas, claro, ya no propias, donde buscar la vida que la nuestra nos negaba.

    Quizá fuese en ese tiempo donde aprendimos a darnos por satisfechos con nada más que sobrevivir. Sin pedirle a la vida más de lo que ella misma quisiese darnos. Conformados, pues, con nada más que lo justo, aunque fuese mínimo. Y, sobre todo, sin atrevernos a buscar más holgura en otra cosa que no fuese la puñetera emigración que, al fin y al cabo, no es sino una huida.

    Hicimos eso: huir, sin hacerle frente a nuestra propia historia. Sin mayor ambición. Sólo adaptándonos a lo que viniera. Sin iniciativas a la contra de la suerte.

    Y me temo que seguimos en la misma: ¿saben ustedes cuántos gallegos viven hoy con la vista puesta, cada día, en esas tierras incultas que ya son una parte tan grande de nuestro paisaje? Porque les basta poco para vivir. O se conforman.

    Sólo espero que las próximas generaciones no se conformen con tan poco. Porque si Galicia sigue abandonando la base productiva que su propio territorio puede ofrecerle, se muere. Se le podrá poner el cartel de “muerta por abandono”. O por conformismo. O por rendición. O por no tener ambición siquiera para vivir. Por conformarse con ser poca cosa.

    En esto nos jugamos más que el mero título de nuestra identidad. Ni nación ni leches. Total, ¿para qué? O Galicia se vuelve sobre sí misma o no habrá nada que hacer. Gente sin tierra, cultivada, quiero decir, productiva, sin buscar en sí misma su propia fuerza, es como si fuese gente sin patria. Nadie.

    30 jun 2022 / 01:00
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