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Nunca olvidemos a las víctimas

    A medida que pasan los años, todo se diluye, todo se confunde en la niebla de los recuerdos. Es la condición del ser humano y la fragilidad de la mente, que no de la memoria, cuya capacidad abarcadora escapa casi al cálculo humano y que solo empleamos muy marginalmente. Al lado del olvido está el perdón. Muchos dicen que son incompatibles, que perdón y olvido no se abrazan, o incluso que sin olvido no puede haber un verdadero perdón. Más allá está el odio, los sentimientos en general, el rencor y un largo etcétera no solo lingüístico y metafórico, en cuanto real a la esencia misma del ser.

    Es tanto el daño y el dolor traspasado que te inmuniza frente a aquellos cachorros hoy ya adultos y padres de familia que un día cogieron las armas del odio y la ira, de la vergüenza y la ideología funesta. Porque eso es lo que es una ideología que mata, que asesina, que secuestra, que chantajea. Aquí y allá, en todas y cada parte del mundo.

    No les debemos nada a los asesinos, y sin embargo somos capaces de perdonar, pero no de olvidar. Solo el olvido mata definitivamente. Ese día, todos habremos muerto un poco. No os debemos nada, ni siquiera aquel sufrimiento. Porque nos hizo más fuertes, más dignos, más honestos, más personas llenas de humanidad frente a la ignominia y la cobardía, frente a la mentira y la violencia, frente a los cobardes y sus adláteres. No os debemos nada, y sin embargo nosotros ya no tenemos miedo, ni que bajar la vista ni que silenciar nuestros pensamientos. Porque esa tragedia la hemos ganado mil veces.

    Han transcurrido diez años desde la icónica imagen de los encapuchados que anunciaron el cese definitivo de la violencia. La muerte, el asesinato, el chantaje, la extorsión, el miedo, la socialización de un sufrimiento total, implacable, despiadado sobre quienes consideraron enemigos de su Icaria imposible y a quienes sentenciaron a muerte, al dolor, al desgarro.

    Ha pasado mucho tiempo, once años desde la última muerte violenta, años para que los relatos aún no se hayan escrito con objetividad. ETA fue derrotada, golpeada por la acción del Estado, legal. Esta vez sí, legal. Los esfuerzos policiales y la fortaleza del Estado de derecho y la voluntad de jueces y fiscales, sin miedo, con decisión y firmeza, terminaron por silenciar las pistolas. ETA se diluyó, y Batasuna se distanció simplemente para sobrevivir y cobijar a los viejos tribunos de la violencia y el silencio cómplice y dar una salida política definitiva a 55 años de muerte.

    En la amnesia colectiva que viven, vivimos y sufrimos conscientemente los españoles, la banda terrorista se ha diluido incluso del recuerdo. Así lo parece desde aquel 20 de octubre de 2011. Un anuncio que supuso un final que en ese momento se tomó con prudencia y cierta desconfianza y que hoy es, y parece serlo, definitivo. Pese al odio de cachorros destetados contaminados por la irracionalidad, la asepsia moral y la deshumanidad.

    Pero nadie escribe el verdadero relato de la miseria moral que unos verdugos y muchos cómplices sembraron con sangre y muerte durante décadas. 315 asesinatos sin resolver pero los asesinos y quiénes ordenaron esas muertes, callan.

    La hidra sangrienta es pasado, pero no olvido. Hay espacio para el perdón. Para la reconciliación, pero no para cambiar la historia dramática. Los presos irán poco a poco acercándose a Euskadi. Es lógico. Algunos etarras sí sentirán arrepentimiento. Otros no. Como sus acólitos que les jaleaban en las calles con aquel miserable “ETA, mátalos” o “devuélvenos la bala” con que se aterrorizó a los familiares de las víctimas. Perdón sí, olvido, jamás. Ese día volveríamos a morir.

    28 oct 2021 / 01:00
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