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Opinión o conocimiento

    EN la era de lo políticamente correcto, todos somos “iguales”, lo que al parecer también se extiende a la dimensión intelectual. Así, nadie puede ser excluido del derecho a opinar y aún más a ser oído, aunque esto llene los canales de ruido y de información chatarra. En la “tasca universal” que son las redes sociales uno acostumbra a toparse con individuos/as (que de todo hay), tan arrogantes que extienden cheques de sabiduría contra cuentas en números rojos y que defienden sin rubor que toda opinión vale lo mismo. Se confunde el derecho a expresar un punto de vista y la obligación de que a uno se le dé la razón sólo porque la ha expresado. No se repara en el hecho de que las opiniones no son todas iguales y que merecen ser considerada sólo si parten de quien tiene un conocimiento amplio y profundo del asunto que se discute.

    ¿Cuánto de la información que recibimos a diario no son más que opiniones? ¿Cuánto de lo que defendemos es simplemente algo que nos han dicho y que no hemos analizado ni confirmado?

    Desafortunadamente nos acostumbramos a vivir en la niebla de la opinión y a que en Sociedad prevalezcan las voces de charlistas, engañabobos, embaucadores o vendedores de humo, especializados en opinar sobre cualquier cosa y en cualquier momento. El universal Umberto Eco afirmaba: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los necios”. Y continuaba afirmando con cierta ironía que “el drama de Internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

    Desde hace siglos la humanidad se esfuerza por distinguir las meras opiniones, del saber con fundamento. Sin embargo, ésta no es tarea sencilla. ¿Qué nivel de conocimientos es necesario para poder opinar? ¿Qué es opinar?

    Todos poseemos el derecho a tener opinión propia y también el de poder expresarla. Hasta ahí de acuerdo, pero la cuestión es que eso no puede asegurarnos tener razón, ni justifica que se pueda decir lo primero que se nos venga a la cabeza. Lo sensato para formarse una opinión cabal sería acudir siempre a fuente solventes. A pesar de todo, un estudio científico revela que el cerebro es reacio a cambiar de opinión (especialmente en cuestiones políticas), sin que importen las evidencias que se presenten. Esto explica mucho de lo que pasa en nuestro país.

    En resumen necesitamos menos parloteo y más silencio para oír a los que saben. “Felix qui potuit rerum cognoscere causas”, feliz quien ha conseguido entender el funcionamiento del mundo (porque lo ha estudiado o se lo han explicado). No entender esto es alboroto de botarate.

    03 ago 2021 / 01:00
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