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¡Otra vez!

    DESDE que se formó en la política esto que damos en llamar izquierda, esta se mostró dividida en dos grandes bandos: la directamente revolucionaria, que no reconocía más vía de cambio que la insurreccional, y la propiamente política, dispuesta a asumir las reglas del juego derivadas de la representación institucional de carácter democrático.

    Una simplificación de esa dicotomía fue la formación de los partidos comunistas, revolucionarios, y los socialdemócratas, democráticos, según como cada uno de ellos mismos se definía.

    Los primeros años del siglo XX, con la Revolución Soviética por el medio, fueron especialmente activos en el esfuerzo de remarcar lo más que se pudiese esa división. No sólo estableciéndola con la mayor de las radicalidades en las movilizaciones políticas más nacionales o cercanas, sino también en la formación de las organizaciones obreras internacionales, anunciadoras de un cambio general y universal de la propia cultura política que, por cierto, nuca se produjo.

    En la España de los años treinta, incluidos los malhadados de nuestra última guerra civil, salvo en los momentos en que la urgencia de la defensa contra la derecha fue más extrema, también se puso en evidencia esta división entre las izquierdas –sí, en plural, ya de manera indiscutible–, con la participación en el debate de los anarquistas, que querían distanciarse tanto de los comunistas como de los socialistas.

    Puede hacerse una evaluación de qué significó la historia para cada uno de esos bandos ideológicos izquierdistas: la socialdemocracia, con desgastes considerables, especialmente en Europa, que fue y es su terreno principal de desarrollo, sigue ahí, débil o fuerte, según el momento, pero sigue ahí.

    De los comunistas y anarquistas no se puede decir tanto. Ni siquiera aquí y ahora en España, con la celebración, más entrañable que analítica, de los cien años de fundación del Partido Comunista de España.

    Pero, a pesar de estas evidencias, la lucha fratricida entre las izquierdas sigue presente, ahora entre la socialdemocracia, la heredera más directa de toda aquella tradición, aunque sólo fuese por el hecho de su propia supervivencia, y otra que se dice de sí misma renovada, que recoge, queriendo aunarlos, los restos de algunos de aquellos desfallecimientos pasados y la emergencia de los nuevos actores de eso que va dando en llamarse la política folk, más llena de singulares que de plurales, pues ya se inicia con la presentación de un liderazgo, antes siquiera de hablar de ideas.

    ¡Cosas veredes! La puñetera historia, que es así.

    18 nov 2021 / 01:00
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