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Otras víctimas de la pandemia

    LAS consecuencias sanitarias, económicas, sociales y laborales que acarrea la pandemia, hace que fijemos la mirada en aquellos a los que tenemos más cerca; es decir, en los países que podrían resultarnos relevantes, próximos o inspiradores a la hora de prevenirla, afrontarla y combatirla. Eso está bien, pues el mismo Portugal tiene mucho que enseñarnos. Pero no debemos descuidar otra perspectiva que, pese a lo distante que pueda aparentar, tendrá la misma repercusión sobre nuestra salud y seguridad, ahora o en el futuro. Y no pienso sólo en las tribus autóctonas, los pueblos aborígenes y las comunidades indígenas.

    Hablo de esos contextos internacionales en los que debemos ubicar a los más vulnerables, a los frágiles por excelencia, y a los indefensos por abandono y desprotección, pese a la juventud de su población. Me refiero a los que, desde el vecino continente africano, y desde ese Oriente que cada vez percibimos más Próximo, huyen del hambre, de las guerras, y de los conflictos políticos; pero también a quienes, aun viviendo en contextos como el latinoamericano, están incluso más dispuestos a morir a causa de la covid-19, que del hambre.

    Porque cuando aparezca la ansiada vacuna (que nos prevenga y salvaguarde frente al SARS-CoV-2) o, más importante todavía, el fármaco capaz de curar las dolencias asociadas al contagio, todavía quedarán muchos infectados y portadores del coronavirus que no habrán tenido acceso ni a medicinas ni a antídotos contra el mismo, y que podrán, por tanto, ralentizar la lucha contra una crisis que amenaza con reproducirse.

    Hablamos de los procesos migratorios que ya casi hemos olvidado; y de las zonas y barrios marginales de tantos países hermanos de Asia, América Latina, el Caribe, e incluso Europa; contextos que sentirán el abandono de bancos, acreedores, inversores internacionales y hasta de oenegés carentes de liquidez para seguir actuando. No me refiero sólo a Haití, o al impacto de la ausencia del turismo en República Dominicana. Pienso en Ecuador, en Perú, en esa Colombia que acoge a los desheredados de Venezuela, en las favelas de Brasil, en tantos países con Gobiernos fallidos, y en los campos de refugiados del Este de Europa; pero también en áreas marginales y en guetos asentados en contextos supuestamente avanzados de Europa, Norteamérica y Asia.

    Constituyen en torno a mil millones de personas que siguen esperando no sólo nuestra solidaridad económica y nuestro compromiso social, sino incluso nuestra asistencia sanitaria y la tan necesaria asistencia en materia de protección salubre y prevención higiénica. Hasta la ONU advierte sobre las consecuencias, incluso en zonas aparentemente desarrolladas, de una debacle laboral que podría acabar con doscientos millones de empleos, sin contar a los denominados “trabajadores indocumentados”.

    09 may 2020 / 23:35
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