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Paisaje para después de una batalla

“ (...) la France n’a appris ni à devenir libérale à droite ni à devenir social-démocrate à gauche. Elle continue d’aspirer à un “État protecteur” plus qu’à la “réforme” (Alain Touraine, Le nouveau siècle politique).

UNA de las paradojas que más me ha llamado la atención de las relaciones con nuestros vecinos franceses es nuestra irrefrenable tentación –no sólo nuestra, también suya, claro– a emitir todo tipo de opiniones sobre cualquier cuestión que les afecte, como la de las recientes elecciones presidenciales, y ello independientemente de que sigamos o no la evolución de su política, su economía o su cultura, cosa compleja donde las haya, tanto o más que su propio carácter.

A generaciones como la mía, la educación recibida, por lo general de tradición más francesa que anglosajona, nos facilitó en gran medida un acercamiento a su historia –hecha, a veces, con girones de la nuestra–, pero eso, con ser importante, no es suficiente, sobre todo a la hora de enjuiciar un evento de tanta trascendencia como el de estas elecciones.

Ello no obstante, voy a aventurarme a hacerlo, tal vez porque la educación a la que me acabo de referir, el tiempo que conviví con ellos y las lecturas de autores franceses que no han dejado de acompañarme desde entonces me van a permitir dar una opinión –aunque sea breve y limitada– al respecto. En este sentido, quisiera comenzar diciendo que la victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen es, ciertamente, algo que celebrar, pero a mi juicio lo es más por lo que puede evitar que por lo que puede ofrecer, ya sea a nivel interno o internacional, a la vista del balance de su primer quinquenato, a todas luces decepcionante, y sobre todo a la vista del programa del segundo quinquenato, que él mismo se encargó de debilitar, al no admitir, en línea con su estrategia de asfixia de todo debate democrático, la menor crítica sobre su contenido.

Ello no es sino fruto de lo que Cécile Prieur considera una práctica vertical del poder que margina al Parlamento y provoca, en consecuencia, que los extremos, de derecha o de izquierda, suban y se presenten como las únicas alternativas al poder actual. Al reducir el espectro político a tres partidos –La República En Marcha del propio Emmanuel Macron, el Frente Nacional de Marine Le Pen, y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon–, el macronismo continúa con su obra de descomposicion de la vida política francesa, de forma parecida, aunque no idéntica, a la que llevó a cabo Charles De Gaulle en los años sesenta. Una descomposición que hace que la política francesa corra el riesgo de deslizarse, a juicio de François Reynaert y Pascal Riché, de un parlamentarismo “racionalizado” a un sistema “hiperpresidencialista”.

A pesar de que algunos indicadores de la economía francesa han mejorado de forma sensible en estos últimos tiempos, como el producto interior bruto, al superar en términos netos los niveles anteriores a la pandemia, o el desempleo, al reducir su tasa al índice más bajo desde 2008, otros en cambio no han dejado de empeorar, como el déficit y la deuda públicos. Y este empeoramiento, consecuencia de un planteamiento político que tiene que ver más con la venta de una determinada imagen pública que con la realización de una gestión rigurosa, exige por parte de Emmanuel Macron enfrentarse a lo inevitable, que no es otra cosa, como señaló Nicolas Baverez en La France qui tombe, que una oferta política que sea “capaz de elaborar, asumir y ejecutar un proyecto ambicioso y coherente de modernización del país”.

Hasta ahora, Emmanuel Macron ha preferido desviar la atención de reformas inaplazables, como la educación, las pensiones o el gasto, hacia otras de tinte más populista, como la supresión de la Escuela Nacional de Administración (ENA), cuna de excelencia de los altos cuerpos de la administración francesa a partir de tres consensos básicos: los tratados europeos, el liberalismo económico y la idea de Francia.

Esta supresión conllevará, a su vez, la eliminación de algunos de esos altos cuerpos, como la inspección de finanzas o la carrera diplomática, y su sustitucion por otros en un radical plan de reforma de la función pública que está todavía por definir, y que posterga o desdibuja otras reformas, que, parafraseando a Juan Goytisolo, asoman, irresueltas, tras estas elecciones, en el paisaje de después de la batalla.

03 may 2022 / 01:00
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