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Paro, EBAU y jóvenes

    LOS datos del paro siguen siendo desalentadores, sobre todo entre la población más joven, con un 40 % de desempleados y un 32 % en riesgo de pobreza. Ya partíamos de una situación delicada antes de la pandemia, sobre todo en comparación con nuestros socios europeos. Ahora, con motivo del informe del Banco de España, este problema ha vuelto a las portadas.

    No deberían algunos políticos rasgarse las vestiduras por el hecho de que en el estudio se culpe a la subida del salario mínimo interprofesional (SMI), pues bien sabíamos que esa medida, como tantas otras (ERTE, ingreso mínimo vital, ayudas indirectas y burocratizadas, etc.), eran parches; necesarios, sí, pero que no constituían iniciativas proactivas para reactivar el mercado laboral, sino remiendos para paliar una situación extrema.

    Tampoco deberían esos políticos sugerir “correr a gorrazos al gobernador del Banco de España”, por mucho que esa institución se haya equivocado o no en el pasado. Eso no fomenta el empleo, sino el odio. ¿Cuándo veremos en el Parlamento a nuestros representantes proponiendo soluciones, más que proyectando actuaciones sin fundamento y altamente peligrosas por el mensaje que transmiten? Fíjense que en una sola semana han trascendido actitudes violentas por parte tanto del “partido del amor” morado, como de las formaciones de su órbita ideológica.

    Entretanto, muchas familias comparten hoy con sus hijos e hijas la ansiedad que conllevan las pruebas que les darán acceso a la Universidad. Los nervios están a flor de piel. Y sigue sin resolverse el tema de los exámenes con diversos niveles de dificultad dependiendo de las CC.AA., con la desigualdad de oportunidades que ello conlleva.

    También hay madres y padres empecinados en aconsejar a sus chicos y chicas sobre las carreras que creen que tienen más salidas, obviando la vocación de los jóvenes; un aspecto éste que, hoy por hoy, es la única garantía de satisfacción a nivel personal, e incluso me atrevería a decir que de éxito profesional.

    Parece que todos quisieran ser ingenieros, médicos o abogados, y no digo que no hagan falta, pero nos entran dudas sobre si no hay otras profesiones esenciales, altamente vocacionales, a las que muchos renuncian en un país que no reconoce ni en pandemia el valor de profesionales de la docencia, las ciencias humanas y sociales, la investigación (básica y aplicada), las fuerzas y cuerpos de seguridad, o de necesidades que cubriría una Formación Profesional eficaz que sólo ahora parece querer revisarse con un tardío y poco consensuado anteproyecto de Ley.

    Ojalá muchos jóvenes se hayan fijado en tantos profesionales que, mientras los políticos discutían, nos protegieron y sacaron adelante en unas circunstancias adversas que sólo su vocación les permitió superar.

    14 jun 2021 / 01:00
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