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Pedogogía

    ÉRASE una vez un país en el que todo empezó a cambiar de repente. Al principio los nuevos mensajes parecían frescos y prometedores. Hace falta un golpe de efecto, decían algunos. Hay que cortar de raíz con muchas cosas, decían otros. Tenemos que salir a la calle, gritaban los indignados. ¿Qué salir? Debemos tomar las calles. Es más. ¡Hay que quemarlas!, repetían los más radicales. Y así fue como empezó todo. Y aquel país que llevaba más de tres décadas de prosperidad comenzó a cambiar su color.

    Atrás quedaban los años de diálogo y de consenso. Atrás quedaba el sacrificio de construir una democracia como pocas. Atrás quedaba el lograr pactar una constitución sin precedentes. Atrás quedaba el esfuerzo de una larga y compleja sutura. Atrás. Había demasiada prisa por dejarlo todo atrás. Y en un país históricamente propenso a abrir heridas en vez de a cicatrizarlas, los buitres pronto olieron la sangre y aprovecharon para hacer carroña.

    Barnizaron los mensajes de siempre con una fina capa de pintura y empezaron a hacer pedogogía, una nueva ciencia que consiste en aplicar metodologías y técnicas para desinformar y manipular a la población, especialmente a la más joven, desinformada y vulnerable. Rápido, el horizonte comenzó a teñirse de morado y a amenazar tormenta.

    Y el país de la ilusión y la alegría pronto pasó a ser el de la reclamación y el cabreo. Y el país de la elegancia y de las formas pronto pasó a ser el de la impostura y la incorrección. Y el país de la tranquilidad y el sosiego pronto pasó a ser el del sobresalto y la lucha. Y el país que consiguiera la paz tras luchar cuarenta años contra el terrorismo pronto pasó a asociarse con los terroristas.

    Y los ciudadanos que habían trabajado duro para conseguir una casa con el sudor de su frente pronto vieron como se la podían ocupar otros sin haber dado un palo al agua. Y ¿sabéis lo peor? Que los pedogogos llamaron evolución a toda esta nueva anormalidad, diplomacia al pacto con los terroristas y derecho a la ocupación ilegal. Es lo que tienen los pedogogos, que son capaces de elevar un aire fluido a la categoría de arte y lograr aplausos por ello.

    Pero a pesar del virtuosismo de los pedogogos, aquel país fue desprogresando. Lo hizo al atacar por sistema a la única autoridad capaz de cohesionarlo, al mentir deliberadamente al pueblo para que perdiera la noción de la verdad y al vulnerar su libertad de expresión, su derecho al uso de su lengua y su acceso a la libre educación. Eso se llama dictadura, por más que se inventen un cuento y quieran llamarlo socialismo.

    19 nov 2020 / 00:00
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