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Pedradas contra palabras

    SE ha insistido desde aquí que, más que golpes de estado o declaraciones de guerra frontales, lo que va deteriorando los principios de libertad e igualdad que garantiza todo régimen democrático es esa lluvia fina de ocasionales transgresiones, de esporádicas arbitrariedades apenas tenidas en cuenta porque no suponen un ataque abierto y frontal a aquellos principios. Son ocasionales estertores que, faltos como estamos de un verdadero espíritu democrático, sólo adquieren su verdadera y grave dimensión cuando los jueces se pronuncian sobre ellos, sin que esté asegurado que sea con la diligencia debida para atajar el mal o con consecuencias políticas para resultar efectivas, más allá de las responsabilidades penales.

    Por lo que tiene de paradigmático, de acto primero a partir del que toma plena esencia y razón de ser todo régimen democrático, cuanto tiene que ver con los procesos electorales debiera tener especial protección, rigor y fiscalidad, como expresión de la heterogeneidad de opciones políticas, respeto y oportunidades para las minorías y pleno ejercicio de la libertad de elección ante las urnas.

    Las noticias que se van conociendo del proceso electoral al que se enfrenta la Comunidad Autónoma de Madrid, por el momento aún en fase de precampaña, aportan suficientes datos de preocupación por lo que suponen de conculcación de aquellas imprescindibles exigencias de cuidado, rigor e igualdad de oportunidades. Comenzó con el uso torticero por parte de la oposición de abortar con una moción de censura in extremis la previa convocatoria a las urnas, disparate antidemocrático que no tapa el intento de aprovechamiento del vicepresidente Pablo Iglesias de hacer uso de su despacho ministerial para una acción netamente partidista, la persistente campaña anti Ayuso hábil y tenazmente fraguada en La Moncloa, la incitación al odio del grupo Rebeldía –el colectivo que agrupa a las juventudes de Podemos– con sus pancartas “Ama a Madrid. Odia a Ayuso”, o cuando el propio líder podemita reclama “hacer frente a esa derecha criminal”.

    Todas esas acciones se ensombrecen ante el ataque sufrido por Vox en Vallecas a quien se trató de impedir la realización de un mitin con la contundencia argumental de las piedras contra las palabras. En la refriega resultaron heridos una veintena de policías. Pero más que el brutal ataque a una formación política legal –a cuyo líder, todo hay que decirlo, le sobran dosis de matonismo– y en pleno ejercicio de su cometido, lo que resulta más preocupante es que uno de los partidos de Gobierno, Podemos, trate de justificar, sino de alentar, tales prácticas.

    Lo que acontece en Madrid –en espiral susceptible de agravarse cuando se inicie oficialmente la campaña electoral– se trae aquí no por el hecho de su singularidad; muy al contrario, como acelerada progresión de hechos similares experimentados previamente en las elecciones del País Vasco o Cataluña, con sus más significativas carencias democráticas en los “cordones sanitarios”, eufemismo que no disimula la perversión política que esconde su enunciado.

    Hay que remitirse a aquel “indecente” con que, ayuno de toda educación democrática, Pedro Sánchez insultó a Mariano Rajoy en el cara a cara de 2015. Desde entonces y en crecimiento exponencial, debates y campañas electorales iniciaron la tortuosa senda de la descalificación del contrario pasando de la crítica al insulto, de la mentira al odio y de las palabras a las pedradas. Pero cuanto más nos metamos en el fango, más difícil será la salida.

    10 abr 2021 / 01:00
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