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Pegamento social y buena ciudadanía

    EL pasado fin de semana, con el fin del estado de alarma, se repitieron las mismas imágenes en varias ciudades de España: jóvenes y no tan jóvenes celebrando no sé muy bien el qué, como si el coronavirus hubiera desaparecido solo porque no existiera una norma que nos obliga a tener un comportamiento responsable para evitar contagiar y ser contagiados.

    Una de las personas que acudió a una de esas fiestas indicaba en una entrevista que era sabedor de que lo que estaba haciendo no era lo correcto, pero sin embargo era uno más del bullicio por el simple hecho de que “se le permitía” estar ahí. En economía a esto se le llama free rider o polizonte, es decir, consumir un determinado bien o servicio, cargando los costes a la cuenta del conjunto de la sociedad. Si muchos mostrasen un comportamiento similar estaríamos ante lo que se denomina tragedia de los comunes, es decir, el interés individual choca frontalmente con el interés de todos y se acaban esquilmando los recursos comunes.

    Esta situación me parece preocupante. Ya no solo por el hecho de que, como recuerda César Carballo, con tan solo la presencia de un asintomático sin mascarilla, la reproducción del virus se podría disparar. Sino que esto muestra la infantilización de la población, la cual, incapaz de discernir lo que está bien de lo que está mal por sí misma, depende de una autoridad que le indique lo que debe o no debe hacer. Dice el dicho que los impuestos son el coste de vivir en sociedad. No estoy de acuerdo, los impuestos y las normas son la consecuencia de no saber vivir en sociedad.

    En un magnífico libro titulado Decálogo del buen ciudadano, Víctor Lapuente incide precisamente en que el problema del excesivo individualismo y narcisismo a derecha e izquierda están rompiendo los lazos que deberían unirnos como sociedad. La derecha olvida las virtudes burguesas de Deirdre McCloskey (justicia, prudencia, fortaleza, templanza, fe, esperanza y amor), todas ellas necesarias para que arraigue el capitalismo, confiando en exceso en la bondad de la maximización del beneficio. La izquierda, por su parte, dedica el tiempo a propiciar una guerra de identidades que genera una masa enfurecida, como relata y muy bien Douglas Murray, mientras insulta a los trabajadores que dice representar porque votan a la derecha.

    Según Lapuente, la fe y/o la patria son buenos candidatos para ser los mecanismos de igualación social, pero aquí coincido con el escepticismo de Ramón González Férriz, ya que bien podrían derivar en fanatismo y nacionalismo, poniendo en riesgo la libertad individual.

    En definitiva, es necesario buscar un pegamento social que nos haga mejores ciudadanos.

    14 may 2021 / 01:00
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