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Perestroika

    IGUAL que hay días marcados en rojo en los calendarios para festejar, debería haber días remarcados para que nunca se nos olviden. El 31 de agosto fue uno de esos días. Un día triste, aunque buena parte de la humanidad igual ni lo sabe. Porque se fue uno de los últimos grandes estadistas. Uno de los últimos líderes que la historia puede recordar con mayúsculas. Un político valiente que hizo posible lo imposible y que fue capaz de derribar muros infranqueables.

    Estaban a punto de cumplirse veinticinco años de aquel “Goodbye Rose” que el gran Elton John dedicó a Diana de Gales en su funeral. Y casi en silencio, Gorbachov dejó de respirar. Seguramente su ya débil corazón no pudo soportar ver por más tiempo en qué se había convertido el país por el que tanto había luchado. Y traicionado y olvidado por aquel miserable trepas de la KJB que tanto se la acercaba para tocar el poder, se fue el hombre que inventó una palabra, perestroika, para reconstruir un país.

    Se fue el hombre que embriagó de transparencia (glasnost) a una Unión Soviética borracha de corrupción. Se fue el hombre que atrajo la libertad al país de las opresiones. Se fue ignorado por el hijo de Putin que tanto lo adulara en el pasado y por quienes han hecho parroquia a su sombra. ¡Así es la vida! ¿Quién iba a esperar un funeral de Estado?

    Se fue el hombre que en 1985 firmo en Ginebra, junto a Reagan, el comienzo del fin de la Guerra Fría. El hombre de visión extraordinaria que creyó más en las palabras que en la fuerza. El hombre que abrió puertas en medio de los telones de acero que segregaban Europa. El hombre que venció al comunismo para permitirnos soñar con una Europa unida y con un mundo mucho más humano. Por todo ello, un año después de la caída del muro de la vergüenza que separaba en dos a Alemania, la academia noruega le concedió el Premio Nobel de la Paz.

    Pero como suele pasar, el que desde la distancia es percibido como héroe, todavía hoy es llamado villano por muchos de sus compatriotas que no le han perdonado el no plegarse ante el establishment soviético, el no mantener la tradición y el no preservar el régimen. ¡Lo extraordinario siempre desata las envidias más ordinarias! Es la inercia que mueve el mundo, desde Caín hasta Putin.

    La semana pasada la historia
    perdió a un gran hombre. Muchos querrán borrarle de la historia, pe-
    ro no se puede. ¡Qué sobrado está
    el mundo de Pútines y qué necesi-
    tado de Gorbachovs!

    08 sep 2022 / 01:00
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