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Por ir al norte fue al sur

Hace casi cuatro años, Alberto Núñez Feijóo se presentó en un patio de Sevilla a pecho descubierto presumiendo de haber votado a Felipe González. Fue en la campaña de las andaluzas, en las que Juanma Moreno aún no soñaba con ser presidente, y el entonces boss de San Caetano pidió con este extraño argumento el voto para su partido (el PP, no se confundan los no iniciados). Aducía que él había apoyado al histórico líder del PSOE porque España necesitaba para completar su Transición el paso de esta formación de izquierdas por el Gobierno y ejemplificaba así en sí mismo la reflexión que pedía a todo andaluz preocupado por el destino de su tierra: tras cuarenta años de socialismo, Andalucía precisaba probar el sabor de la derecha para saber lo que es la alternancia democrática.

Hoy en día, ante los nuevos comicios autonómicos que se celebran en la comunidad del sur, con Juanma Moreno ya instalado como boss de San Telmo y Feijóo a lomos del caballo que volteó por los aires a Casado, ni que decir tiene que al presidente del PP nacional ni se le ocurre repetir razonamiento –una tesis que casi podría volverse contra los suyos en Galicia–, pues una cosa es ejercer el poder de forma patrimonial durante cuatro décadas o más (como la derecha en España hasta el 82 o el socialismo en Andalucía hasta 2018) y otra muy diferente ostentarlo apenas cuatro años de una única legislatura.

Por eso el argumento de esta vuelta es más Génova que nunca, de ahí que Feijóo rompiera relaciones con la inmobiliaria contratada por su antecesor para vender la sede central de su partido (el PP, aquí la duda ya ofendería) y decidiese quedarse con el edificio del número 13, aun a costa de cargar con todos sus fantasmas y demostrando que a un nacido en Galicia, donde no hace mucho la abstención no afectaba a todos los muertos, ni le influyen las supersticiones numéricas ni le asustan los espectros del pasado. Con la de veces que lo acusaron ya de haber revisionado la Santa Compaña con Manuel Fraga (al que no votó en el 82) al frente de un ejército de muertos en vida (política, mayormente por corrupción) y él tan tranquilo. Génova no se vende, sino que avanza hasta el sur para coger carrerilla de nuevo hacia el norte y adosarse a La Moncloa en lo que podría ser el complejo urbanístico más importante del país en los próximos años.

El PP apuesta por Génova para renovar su poder en Andalucía y el PSOE, para asaltarlo, por los 50 millones que Yolanda Díaz acaba de prometer en un plan de empleo específico para esta comunidad. La ministra del metal no es del partido de Pedro Sánchez, pero tampoco lo era Feijóo cuando dio su voto a González. Él ya explicó por qué lo hizo, pero la aclaración de ella es más confusa, pues insiste en que lo único que la mueve es el porvenir de los parados de larga duración, cuya cifra en esta autonomía es superior a la media estatal. Esta explicación se enreda en la incredulidad de quien relaciona esta medida con el olor que emana de las urnas que Moreno resolvió abrir antes de tiempo, a lo mejor porque sospechaba que de esta manera le caería una lluvia de millones desde Madrid.

Es más, si la teoría del motivo electoral se pudiese certificar, para los andaluces casi sería un chollo que su presidente convocase comicios cada tres o cuatro meses, no para gobernarse mejor, sino para hacerse millonarios. Y para la izquierda puede que también fuese una ganga, pues cuántas más veces vaya el cántaro a la fuente de la democracia, más posibilidades tendría de recuperar el agua bendita (el voto) derramada por la primigenia Díaz de esta película, la expresidenta Susana, hoy sentada en el Senado junto a Feijóo (aunque en diferentes partidos). La nueva Díaz en estas lides intrabéticas, vicepresidenta con orígenes en la Semana Santa ferrolana, pero admiradora del Jesús del Gran Poder y conocedora de la Santa Compaña de hábitos rojos, pone su pila bautismal en este proceso para recoger lo que pueda del goteo al que aspira la progresía. Si no, siempre le quedará Sánchez, seguramente, el padre espiritual de ese maná de 50 millones en plena precampaña.

La batalla de Andalucía vuelve a ser una avanzadilla del combate final por el Gobierno de España. Cuando podía, el PSOE convocaba en el sur para dinamitar a su adversario e idéntica táctica imita ahora el PP. Fuego desde Sevilla para, a la luz de las bombas, medir fuerzas con el contrincante en Madrid. Este colorido país poco evolucionó desde los celebrados sketches de Gila: “¿Es el enemigo? Que se ponga”. ¿Que no se pone? Pues a las urnas.

03 jun 2022 / 01:00
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