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Por qué Casado no es Ayuso

    ENTRE la larga lista de padres
    –cien, resumía Napoleón que tiene toda victoria– que se autoerigen como hacedores del triunfo electoral de Isabel Díaz Ayuso en Madrid figura en lugar de privilegio Pablo Casado, quien además de reclamarse como el descubridor de la candidata interpreta su éxito electoral como un cambio de signo que operará con similar ventaja para los populares a nivel nacional.

    La exagerada euforia del líder popular se explica desde la debilidad de un currículo electoral con más sinsabores que logros, siendo achacables aquéllos a su propia persona y alcanzados éstos por sus con-militantes, la citada presidenta madrileña y el gallego Alberto Núñez Feijóo.

    Como, al contrario de lo que ocurre con la escasez de padres que implica toda derrota –y que tan escenográficamente reflejó el PSOE cobrándose las cabezas de Ángel Gabilondo y del gallego José Manuel Franco–, nadie va pedir explicaciones que desde la coherencia avalen un triunfo electoral, Casado se evita dar a conocer los entresijos habidos en la designación de la candidata por Madrid –la quinta en sus preferencias y tras renuncia de quienes la precedían– y que contradice esa desbordada euforia por su pretendido ojo clínico en la elección de Díaz Ayuso. Es más, ni siquiera tendrá que explicar por qué ahora mismo es, con su apoyo, la más firme candidata a presidir el PP madrileño cuando hace escasas semanas desde la sede central de Génova el PP apostaba por la senadora Ana Camíns.

    Veleidades de la política aparte
    –que ya justificaba el ex líder de Podemos que a veces es inevitable cabalgar contradicciones– y por lo que se va conociendo, hay serias dudas de que el equipo directivo de Génova alcance a comprender el meollo, la razón última de ese triunfo que colisiona con la praxis que el PP nacional viene poniendo en práctica arrinconando a sus cuadros más valiosos y sin decaer en su inveterado esfuerzo por hacerse perdonar por la izquierda sus exiguas salidas de tono de lo políticamente correcto. Que es el discurso izquierdista, claro.

    Ayuso ganó por una clara gestión de la pandemia y de la economía tratando de superar el verdadero hándicap con que se enfrentaba desde el nulo apoyo prestado por el Gobierno de la nación. Presidir la comunidad autónoma española que casi triplica a la siguiente (País Vasco) en densidad de población por kilómetro cuadrado –844 frente a los 306 de Euskadi y a los apenas 93 de la media nacional– y que tanto tiene que ver con los negativos datos del Covid, como también ocurre con las superpobladas –en densidad– ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.

    Pero más que una electoralmente refrendada gestión de lo público, en el haber de Ayuso destaca su actitud desacomplejada como expresión de un discurso reflexivo y acentuadamente ideológico que trasciende el lugar común mediático de las espontáneas ayusadas para centrarse en la defensa de la libertad individual y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Esa misma que el PP ni siquiera respeta internamente al imponer líderes territoriales desde Madrid.

    Una actitud firme y reflexiva, la de Ayuso, que está posibilitando el reagrupamiento de la derecha –y que la izquierda quiere estigmatizar como estropeada mercancía del radicalismo de Vox– porque se asienta en dos principios elementales: Liderazgo e ideas. Justo lo que más se echa en falta en la calle Génova.

    10 may 2021 / 01:00
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