Por una nueva escuela

EL final de año invita a una reflexión y a que nos planteemos deseos y propósitos para el 2021. Sobre todo, en este año convulso donde la pandemia y una nueva ley educativa han puesto patas arriba la escuela.

Ahora que ya sabemos que somos capaces de reaccionar a la incertidumbre y a la vulnerabilidad; ahora que este virus ha levantado la alfombra del sistema educativo y nos ha mostrado lo que ahí estaba desde hace tiempo; ahora que estamos cansados después de un trimestre, donde cada día fue una auténtica gymkana escolar, volveremos a las aulas sin los esperados apoyos de las instituciones educativas, en materia de gestión de la pandemia (aumento de plantillas, enfermera escolar, disminución de ratios, asesoramiento a los equipos directivos y muchos aspectos más).

Y volveremos acompañados por una nueva ley educativa que viene a sustituir a otra que no satisfacía a nadie, y que entra en vigor el próximo curso. A la necesaria revisión del currículo y de las metodologías, o de la inclusión de la etapa 0-3 en el sistema educativo, se suman cuestiones que no han sido serena y suficientemente debatidas, como la contribución real de la enseñanza concertada al sistema educativo, los criterios de promoción o la forma y el modo de articular la inclusión educativa o la inexistente referencia a las escuelas de los centros penitenciarios.

Así que para este año calentito que se nos viene encima, y recapitulando, me atrevo a plantear diez deseos, como es menester en estos días:

El primero y más importante: un acceso universal a la educación. Según datos de Save the Children en julio de 2020, se ha pasado de 258 millones de niñas y niños en el mundo sin escolarizar antes de la pandemia a 1.600. Mucho que hacer y cambiar.

El segundo: que en este cambio de era, la educación sea el motor de transformación en el mundo y con ese objetivo, se convierta en una casa abierta al diálogo, a la reflexión y a la paz, desde donde se pueda luchar contra todo tipo de fanatismo y agresión a los derechos humanos (racismo, sexismo, fascismo, fundamentalismo, y todos los ismos).

El tercero: que logremos, después de tantos años, una educación inclusiva con más recursos y que no quede como siempre, en una simple retórica. Una escuela donde prime la equidad frente a la competitividad.

El cuarto: que logremos entender la innovación en educación no como una cuestión simplemente metodológica y/o tecnológica, sino como el cambio necesario para mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje, de forma que desarrolle el pensamiento crítico del alumnado, y tenga como fin objetivos relacionados con el desarrollo sostenible, la justicia social, el ejercicio pleno de las libertades, la solidaridad y el bien común.

El quinto: construir una escuela como un entorno donde prime la curiosidad, el placer de aprender, las ganas de experimentar y la unión con la comunidad.

El sexto: lograr el desarrollo de una escuela que acoja, que se esfuerce por lograr un clima afectivo dentro y fuera del aula, y asiente sus bases en la ética del cuidado.

El séptimo: que la educación sea una habitación sin puertas, abierta a todos los que quieren aportar algo al debate educativo, dentro y fuera de la enseñanza formal.

El octavo: que el profesorado tenga un mayor reconocimiento social, empezando por una buena selección de los futuros docentes, una formación inicial y permanente de calidad, y unas condiciones laborales justas en todos los niveles educativos.

El noveno: que nuestros alum-
nos vean en sus educadores (maestros o familias) la actitud que tomamos para afrontar la situación de crisis en nuestra realidad perso-
nal, familiar, laboral y social, y saquen conclusiones.

El décimo y muy importante: que podamos seguir aprendiendo jun-
tos, para –como decía Paulo Freire– educarnos juntos.