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Posadas, la chica de la perla

    ESTUVE con Carmen Posadas, telefónicamente, claro, hablando de su última novela, La leyenda de la Peregrina, que sale en Espasa. Es una mujer de fina ironía y mucho humor, que se desliza de puntillas por la historia, la suya y la de los demás. Lleva tiempo en la literatura y en los papeles, siempre sin romper un discurso cristalino, informado, inteligente. Se diría que, fuera de los libros, ese oleaje de la fama, que no le ha faltado, no le ha importado mucho, pero lo acepta con sonrisa grácil. Luego te recibe atravesando la historia con un fino bisturí verbal que desnuda lo que fuimos y lo que somos.

    Su novela tiene una perla como protagonista, llamada La Peregrina, por ser única en su especie, grande y dulce como una pera de agua. Se las arregla Carmen Posadas para caminar entre los siglos como si fuera Javier Olivares, pero sin puertas mágicas. Arranca de los esclavos que las pescaban en Panamá, sufriendo lo indecible, zambulléndose a pleno pulmón y, muchos de ellos, muriendo luego sobre las barcas.

    Los mejores pescadores de perlas compraban la libertad a don Vicente de Tolosa, dueño de la pesquería. El que pescó la que luego sería llamada Peregrina murió reventado por la hazaña, pero gracias a él su compañera Aila alcanzó la libertad, mientras la perla, como si fuera un objeto mágico, comenzó su propio camino de bolsillo en bolsillo, de cuello en cuello, de tocado en tocado, encontrando a quien quería encontrar, como una joya del poder, siempre proclive a sembrar tanta fortuna como desgracia.

    El primer propietario fue Felipe II, que era el rey del mundo. Hay una forma de entender cómo discurre el río de la Historia, algo que no tiene que ver con héroes ni batallas, sino con los objetos, con las cosas que algunos pueden alcanzar, basta con que se lo propongan, y otros nunca, aunque se lo propongan. La novela de Posadas nos lleva de cama regia en cama regia, de enfermedad en enfermedad, de parto en parto, de muerte en muerte. Y allí estaba siempre la perla, identificando a los poderosos.

    Me acordé otra vez de la serie que sigue de moda, The Crown, en la que también entramos en las habitaciones de los reyes, como aquel Michael Fagan que se coló en Buckingham para charlar con Isabel II. Se rio Carmen Posadas con la comparación, pero lo suyo en este libro es también un no parar de intimidades y de sábanas, muchas veces por causa del dolor, no siempre por el gozo.

    Esa vida privada que no puede verse, porque convertiría a los poderosos en demasiado terrenales. A Isabel II, en la serie de Netflix, se le dice que no sea ella, sino la corona. Y, sin embargo, los problemas que afloran, la rivalidad con Margarita, por ejemplo, su insistencia en ser feliz, y su boda tachada de inconveniente, llenan de verdad todo el inmenso decorado.

    Nuestra propia historia, vista a través del viaje de la perla Peregrina, nos sacude a cada paso. Posadas nos lleva de la mano por ese lado oculto del poder, de Felipe II a Carlos II, y más allá, hasta Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Pero también hasta Napoleón y la corte británica. Y la perla siempre brillando en esos retratos, en esos cuellos femeninos, y en algún sombrero masculino, saltando de un siglo a otro. Y, finalmente, abrazando a Elizabeth Taylor, cuando Hollywood era el reino de todos.

    04 dic 2020 / 00:00
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