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Probemos con la ignorancia

    HABLABAMOS ayer de estos tiempos decisivos: ¡en el puente de agosto! Cualquier fecha es buena. Estamos preparados para aceptar cualquier banalización (es algo continuo en el mundo de hoy), así que por qué no aceptar alguna vez lo contrario. Profundizar en las razones de lo que pasa incluso en meses como este. No hagan caso a los que dicen que todo es más sencillo, que todo consiste en decidir entre lo blanco y lo negro. Es falso. Es un veneno comunicacional, es una estratagema para la confusión.

    Es difícil comprender, decíamos ayer, la política de la confrontación sistemática. No se corresponde con el progreso social, sino con cierta estrategia que bebe también del contexto de las redes sociales. A más simplificación, menos necesidad de explicaciones. Mejor un par de frases, o un par de tuits. Es la banalización. Es el pensamiento reducido a su esqueleto, en la creencia (falsa) de que los ciudadanos lo entenderán todo mejor. Porque, ¿quién demonios quiere la complejidad, la sofisticación, la enjundia, pudiendo decidirlo todo en dos tardes y en tres eslóganes? Esta creencia, falsa, es uno de los grandes problemas de la política contemporánea.

    Se dice que la democracia mejora con la inteligencia. Esta afirmación ha recibido críticas, en parte desde el populismo simplificador, porque, dicen ellos, las democracias se han ido construyendo para las elites, dejando de lado a los demás. Esas malditas élites intelectuales, con su manía de pensar, con su pasión con el conocimiento. Qué gente. Probemos, en efecto, con la ignorancia. Y con la banalización. Y con el autoritarismo resultante. Y con la charlatanería. ¿No es también una forma de elite la que defiende todo eso?

    Creo sinceramente que los ciudadanos están dando grandes muestras de resiliencia, ¡esa palabra!, en el mundo entero. En algunos sitios, llevan siglos instalados en la resiliencia. Infinita paciencia ante el progresivo endurecimiento de las condiciones de vida. Infinita paciencia ante algo inexplicable: el empeoramiento de las relaciones entre países, el regreso al lenguaje militar (y a la guerra misma, ahora en Europa), el crecimiento exponencial de la incertidumbre global, el aumento de la pobreza. ¿Qué clase de desempeño político es este? ¿Por qué empecinarse en potenciar el enfrentamiento, la división, la fractura de las sociedades? ¿Por qué esa obsesión ahora, justo cuando deberíamos estar haciendo todo lo contrario?

    Porque la ciencia no ha dejado de avanzar. Estamos en una revolución de la medicina. De la astronáutica. Tenemos a mucha gente trabajando en los graves problemas relacionados con el deterioro del clima y del entorno natural. Hay multitud de proyectos internacionales, colaboraciones entre países dispares, personas razonables que no ponen obstáculos ni utilizan ideas irracionales, imposibles de comprender en el mundo actual, salvo para algunos que, ay, tienen el poder y pueden ignorar esa racionalidad. ¿Por qué estamos viviendo una regresión política en muchos lugares, o al menos protagonizada por ciertos líderes, mientras otras personas se esfuerzan en la modernidad y en el bienestar colectivo, por encima de fronteras, territorios, banderas, creencias y colores, incluso sabiendo el peligro que corren de que su obra quede destruida o sepultada por un manotazo sin explicaciones?

    17 ago 2022 / 01:00
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