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Problemas de viejo

    SI me dejáis, hoy quiero empezar por hacer una reflexión y lanzar una pregunta. No hagáis spoiler, por favor. No vale con empezar a leer por el final o con saltar tres líneas para tratar de adivinar de qué va el juego. Se trata de ponernos en situación. Vamos allá.

    Imaginad un centro geriátrico. ¿Lo visualizáis? Imaginad que en él viven, pongamos, cincuenta mayores, cada uno con sus costumbres, con sus achaques, con sus manías... Lo consustancial a la edad, estaréis pensando muchos. Y es que, ya lo decía mi tío Antonio: la vejez es la peor enfermedad que hay.

    Pues bien. Imaginad, ya puestos, que el lunes uno de esos ancianos cae enfermo y tiene que ser ingresado en el hospital. El martes, otro anciano se queda deshidratado en mitad del paseo vespertino y una ambulancia tiene que recogerle en pleno centro de la ciudad. El miércoles, un tercer anciano aparece muerto en su cama. El jueves, un grupo de ancianos no pueden levantarse porque aquejan unos dolores articulares terribles. El viernes, dos ancianos más sufren una grave indisposición. Ante semejante panorama, ¿algo chirría verdad?

    Son mayores, podría decir más de uno tratando de dar respuesta a tan extraño cúmulo de fatalidades. Y cuando el chasis pierde consistencia, las averías son inevitables. Seguramente, estarás pensando tú. Pero, en lo más profundo de tu ser, algo te sigue chirriando, ¿verdad? Tanta mala suerte encadenada y concentrada en un único centro geriátrico da que pensar.

    Pues lo mismo me sucede a mí con la cadena de autobuses averiados en Compostela en las últimas semanas. Que la flota de autocares es antigua creo que no se le escapa a nadie. Es más. Pienso que la calidad de los autobuses de Santiago, al menos desde que mi memoria alcanza a recordar, nunca fue un activo a destacar en la ciudad. ¡Aún recuerdo aquellos autocares azules que en mi tierna infancia parecían querer llevarse cada esquina cuando giraban al pasar! Pero de ahí a que peten todos juntos y a la vez, pues qué quieren que les diga... A mí la saga de incidentes me huele a chamusquina, por no usar otra palabra.

    Es más. ¿Cuál es la solución? ¿Podemos, aquí y ahora, plantearnos un cambio de flota en plena transición ecológica, sin los fondos oportunos y con la crisis de combustibles que tenemos? Este interés por concentrar el foco de nuestros problemas en las carencias de los buses y el empecinamiento en señalar culpables, más allá de asumir la responsabilidad de todos en una crisis que se veía venir de lejos, a mí me resulta extraño. Y huele a sabotaje.

    10 nov 2022 / 01:00
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