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Prudencia

    NO quiero ser agorero, pero tengo la sensación de que se está bajando demasiado de prisa la guardia frente a la pandemia. La reapertura de las terrazas, el acceso a las playas, el anuncio de que también se van a abrir las puertas al turismo exterior, las comunidades autónomas bramando contra quien no les deje correr todo lo que puedan para “normalizar” el tránsito de personas ya no entre regiones sanitarias, que fue lo que empezaron pidiendo, sino entre municipios, aunque sean de distintas provincias y, por fin, entre las provincias mismas, que llegado el verano, es decir, mañana mismo, se pedirá que sea también entre regiones, mentiría si dijese que no me causan zozobra.

    No puedo evitar la sensación de que estamos entrando en una carrera para ver quien levanta antes las cautelas, sin estar seguros de que estén contenidos todos los riesgos. Entiendo, como no podía ser de otra manera, que la contención social del tránsito, con la consecuente suspensión o ralentización de las actividades económicas, tiene consecuencias extraordinariamente graves. Para empezar, ya se fueron al garete más de un millón de puestos de trabajo, y se estima que no son menos las familias que, en toda España, tienen que acudir a la beneficencia para cubrir sus necesidades básicas. ¿Cómo no voy a ser consciente de ello? Pero tengo miedo a que, si perdemos la prudencia, esas lastimosas consecuencias puedan prolongarse e incluso ir a más.

    Hay tres cosas, por ejemplo, que, para atender especialmente a nuestro caso, el de Galicia, devienen como avisos de alerta a raíz de lo que sabemos que pasó con la gripe de 1918, la mal llamada española, por maledicencia inglesa. La primera, que el contagio estuvo de manera prácticamente exclusiva vinculado a los desplazamientos de personas, con sus idas y vueltas, llevando y trayendo el virus; la segunda, que las regiones menos azotadas en la primera fase lo fueron más intensamente en las siguientes; y la tercera, ¡ojo!, que una fuente de contagio sobre la que nadie había adelantado advertencias, fueron, especialmente en España, y en Galicia sobremanera, a lo largo de todo el verano, la formación de aglomeraciones para celebrar las fiestas de los patronos locales, en las que se reunían familiares y parroquianos procedentes de muy variados lugares, rompiendo, con contagio, el práctico aislamiento de los residentes.

    Vale: pues junten ustedes turismo, vacaciones y romerías y pónganle fuego al cohete. Y aquí, por encima, por si pudiese resultar poco animada la verbena, unas elecciones. ¡Más imposible!

    No puedo evitar la sensación de que estamos entrando en una carrera para ver quien levanta antes
    las cautelas
    28 may 2020 / 00:12
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