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Pujalte, Jambrina, Agatha

    AHORA que ha vuelto el ‘noir’ televisivo patrio, con Laura Lebrel, o sea, con María Pujalte, uno empieza a recuperar el gusto por el género. No tanto lo que dan en llamar ‘thriller’, ese híbrido a veces algo grotesco que les sienta bien a los norteamericanos y que aquí hemos metido en las malas calles de algunas ciudades imitando los muertos veloces del extranjero. No lo hacemos mal, pero los que venimos de Agatha Christie y así, donde la maldad cabía en una copa, no nos acostumbramos a tanto trasiego y tanto tráfico.

    Tiene su cosa que se sigan haciendo versiones de la dama desaparecida (se desapareció a sí misma, ya saben, durante once días), como ahora ‘Muerte en el Nilo’, mil veces vista y gozada en su exotismo tomado del natural. Escribí aquí mucho del Poirot que impersonaba el gran David Suchet, perdón por el palabro, una maravilla se mire como se mire. Después han venido versiones oscuras de la Christie, con muchas ínfulas y medios técnicos. El mal que se acaricia como un terciopelo ajado, como el lomo del gato devorador. Explosiva e incómoda, ‘Diez negritos’.

    La literatura negra o policial vive un buen momento, aunque algunos me aseguran que tampoco tanto. Se murió Camilleri, por ejemplo, que amalgamaba cine, televisión y escritura. Y Zanón resucitó a Carvalho, Montalbán, Montalbano, aunque ahora ha vuelto con la historia de tres músicos de gira, en Salamandra, ya hablando de la vida. Dijo en alguna parte que lo del ‘noir’, como la novela de aventuras (todas lo son, ¿no?), es la excepción que hacemos para divertirnos. Porque la realidad a veces no divierte y conviene inventarla.

    El auge del ‘thriller’ tiene que ver con el vértigo de la pantalla. Los detectives intelectuales, las muertes silenciosas, las pistolas ignoradas, parecen cosa de otro tiempo. Christie mataba como tomaba el té, dicho sea como metáfora. Holmes ponía a los casos banda sonora de violines. Soy un nostálgico del ‘noir’ clásico, no me interesa mucho la pirotecnia. Aunque es cierto que, tantas veces, la realidad nos enseña que algunos ‘thrillers’ se quedan cortos.

    ‘Los misterios de Laura’ tenía ese toque doméstico y cercano, pero mucha dignidad argumental, y creó un personaje, interpretado con brillantez. Los norteamericanos se fijaron en ella e hicieron su versión (Debra Messing, NBC): no era mi tipo, pero era correcta. Aunque otra cosa. Ahora regresa Lebrel en forma de película, con ‘El misterio del asesino inesperado’, un título muy de Agatha. Imagino que tendrá que volver, definitivamente.

    Al tiempo, regresa Luis García Jambrina (hoy en la web de este periódico). El zamorano se mueve en lo que ha dado en llamarse la ‘intriga histórica’. Cada vez que hablo con él me muestra un entusiasmo sin límites por los detalles de la Historia, me dice que goza inventando enigmas de otro tiempo. Reconstruye arquitecturas y crímenes que no ocurrieron, pero que pudieron ocurrir. El ‘noir’ le sirve para mostrarnos cómo fue otra época. Lo hace con sencillez, conservando el espíritu de ‘enseñar deleitando’.

    Jambrina se maneja en el enjambre del misterio con discreción, con un tono clásico. Empezando por el lenguaje del siglo XVI, por ejemplo, que, como profesor de literatura en Salamanca, conoce bien. Tuvo la humorada de convertir en detective a Fernando de Rojas, cuyos casos redactó su antepasado Alonso Jambrina, y el último año se inventó una trama criminal en el Camino para hablar de esa vía que construyó Europa. Esta semana saca ‘El manuscrito de niebla’ (Espasa), en honor de Antonio de Nebrija, de nuevo mezclando con maestría intriga e historia. Disfrútenlo.

    18 ene 2022 / 01:00
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