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Que Dios reparta suerte

    EL 22 de diciembre es uno de esos días en los que me viene a la memoria la película de Harold Ramis Atrapado en el tiempo, más conocida como El día de la marmota. El año pasado no nos tocó ni la Pedrea y a pesar de prometer a lo Scarlata O’Hara no volver
    a jugar jamás a la Lotería de Navidad, ya queda menos para romper la promesa. Y así, entre árboles, polvorones y turrones, al son de las zambombas y villancicos, compraremos de nuevo nuestro precioso número de lotería.

    Sabemos que probablemente existan más posibilidades de que nos caiga un meteorito que de que nos toque la lotería (sólo hay una entre 100.000), sin embargo, por mucho que se empeñen en intentar convencernos de esto, el 74 % de los españoles entre 18 y 75 años tentará su suerte. Y ¿por qué? Por muchos motivos y algunos de ellos, realmente irracionales y poco cartesianos, a ojos de Descartes y su séquito.

    En España tenemos más afición que en otros países. Todos los años nos recreamos en televisión con las imágenes de los ganadores de la lotería, celebrándolo con risas y champán (a quien no vemos es a los millones de personas a los que no les toca nada), y esta información sesgada nos hará pensar que ganar es mucho más probable de lo que en realidad es, además siempre todos conocemos a algún ganador, amigo de un amigo de un amigo.

    Compramos lotería por una tradición que va más allá de la posibilidad de
    ganar, porque nuestros
    padres lo hicieron o porque es un argumento para reunirse con amigos o con la familia para intercambiar décimos.

    No importa tanto el objetivo (si toca mejor), sino que la lotería nos haga soñar en grupo. Una tradición social a precio asequible para la mayor parte de los bolsillos, y a esa motivación poco le importan las estadísticas.

    Otro argumento poco racional es la envidia preventiva. A veces compramos porque con qué cara de tontos nos quedaríamos si al resto de la empresa, o del grupo de amigos, les tocase el Gordo de Navidad y a nosotros no. Decía Robert Sapolsky, profesor de la Universidad de Stanford, que la supervivencia consistía en correr más rápido que el de al lado, y que por eso, siempre estamos analizando lo que hace el otro.

    Por último, compramos lotería porque necesitamos ilusión. El ser humano necesita oxígeno para fantasear con la posibilidad de mejorar sus posibilidades futuras y así escapar de los problemas que le agobian.

    Se suele decir en broma que la lotería es un impuesto sobre las personas que no saben matemáticas, sin embargo, la realidad es
    un poco más oscura. Los estudios indican que cuanto menos ingresos tienen las personas, mayor es el porcentaje de los ingresos que dedican a comprar lotería y a juegos de azar, por lo que en realidad, la lotería sería más bien un impuesto a los pobres.

    Los marxistas, sacando punta a esto, veían en la ilusión del juego la mano del capitalismo, y percibían la lotería como un instrumento del poder para hacer creer a las clases trabajadoras que podían escapar de la pobreza sin tener que hacer la revolución.

    Está claro que desde el principio de los tiempos, la ilusión es un estímulo, y a menudo, perdidos los sueños ya solo nos queda la suerte. El 22 de diciembre, como todos los años, el bombo de la lotería rodará y un premio saldrá y el invierno traerá para algunos la luz de la primavera. A pesar de que siempre puedes elegir gastar ese dinero de otra forma, juegues o no, te deseo que tengas mucha suerte.

    18 dic 2020 / 00:00
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