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¿Qué ha pasado, Rodríguez?

    la infancia es la verdadera patria del hombre, afirmaba Rainer Maria Rilke. Pero la adolescencia, dicta la sabiduría nacida de la experiencia, es esa época apátrida que marca el devenir de las personas. Por eso uno se pregunta cuál será la banda sonora que recordará esta generación prejuvenil a la que le tocó vivir una de sus mejores edades de su existencia, la del despertar a la vida adulta, en plena pandemia. Por definición, vista con la perspectiva de los años, la adolescencia y la juventud son etapas donde es casi imposible alcanzar la plenitud, estados de ánimo donde cada camada siente que fracasa si no supera a la que le precede, lo que es mentira, pues no es cierto que el mundo avance siempre en progresión lineal hacia el futuro. El tiempo y las conductas humanas son realidades que no guardan un paralelismo evolutivo.

    Todo el mundo llega a la madurez con la sensación de que le han robado algo por el camino. Recuerdo los agradecimientos de José Luis Garci en Asignatura pendiente, antes de los títulos de crédito: “A nosotros, que hemos llegado tarde a todo: a la infancia, a la adolescencia, al sexo, al amor, a la política...”. Si yo tuviera que acordarme de aquellos lejanos años en que fue configurándose mi personalidad, no podría olvidarme de la importancia de la sala de juegos que estaba situada tan cerca de mi instituto que, en realidad, constituía un aula más de él. Una sala de juegos como las de antes, con futbolines, máquinas de bolas y billares, la clase con más capacidad de reclamo de toda la Secundaria, que siempre se llenaba de alumnos que faltaban voluntariamente a las explicaciones de las asignaturas oficiales. Ese sería el espacio, la foto oficial si ustedes lo quieren ver así. La banda sonora estaría configurada por una balada de los Rolling Stones de la que nunca supe su título, quizá porque sonaba en un disco pirata, y el Siempre igual de Los Suaves. Una imagen puede que valga más que mil palabras, pero también una música. El solo de guitarra de este tema puede transportarte a cualquier lugar del universo, pero, sobre todo, a los rincones donde lo escuchaste por primera vez, a ese lugar físico donde creíste que la felicidad era eterna o a ese espacio del alma que nunca olvidará el descubrimiento de los sabores prohibidos. Y luego, inevitablemente, llega la letra de Yosi que define la monotonía de las teclas tras los cristales, que con el tiempo descubres que también interpela pasajes de tu vida: “¿Qué ha pasado, Rodríguez? Llega usted tarde otra vez”.

    Por alusiones, hoy sí contestaría esta pregunta, cuando en su día tuve mil oportunidades para responderla y preferí no hacerlo. ¿Qué por qué llego tarde? Por jugar al futbolín, evidentemente. ¿Por qué iba a ser, si no? ¿Acaso por estar repasando las características generales del epitelio? Pero era mejor callar, pues los profesores de Ciencias Naturales eran capaces de comprender todos los pasos de la evolución humana, menos aquellos que obligaban a los adolescentes en fase de maduración a cambiar sus clases por la sala de juegos.

    Nosotros llegamos tarde al franquismo, a la Transición, a la Movida... Fuimos estafados con carreras universitarias que no valían para nada... Pero, ¡qué bien jugábamos al futbolín!

    13 abr 2021 / 01:00
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