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¿Qué hacer con Europa?

    EL ACUERDO para la zona Indo-Pacífico entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, que ayer comentábamos aquí, ha puesto en cuestión (una vez más) el papel geopolítico de Europa en el mundo y su capacidad de influencia. Es fácil entender esa sensación de haber sido desplazados del foco global, una sensación que bascula entre el estupor y la frustración, y que no sólo está representada por el manifiesto enfado de Macron, sino por lo que algunos juzgan una ausencia preocupante de mensajes sólidos desde el corazón de Bruselas, por más que Von der Leyen aluda una y otra vez (y con razón) a la necesidad de recuperar y sacar a flote “el alma de Europa”.

    La idea de que el centro del mundo se traslada al área de Asia-Pacífico, abandonando o ignorando otros territorios de conflicto, bien porque se perciben como una trampa a largo plazo o porque no se atisba que vayan a influir decisivamente en el nuevo orden, no es una idea nueva, ni mucho menos. Pero es ahora cuando empieza a articularse de manera decisiva, quizás porque Estados Unidos, liberado de algunos compromisos, contempla con preocupación el vértigo del crecimiento chino, y da por sentado que tiene que tomar ya posiciones geoestratégicas claras.

    Puede entenderse esta evidente urgencia de Joe Biden, que lleva a cabo el nuevo y decisivo movimiento de ajedrez a los pocos días de abandonar Afganistán. Otra cosa es cómo se ha hecho. Por otro lado, como bien decía ayer en ‘El País’ el historiador británico Niall Ferguson, autor de ‘Desastre: historia y política de las catástrofes’ (Debate), esa retirada de Afganistán podría suponer la muerte política del demócrata, y Trump y los suyos siguen atentos a la próxima legislatura. Podemos leer el acuerdo de Aukus como un intento de pasar página del nefasto episodio afgano, llevando de esta forma a los titulares una noticia potente (y polémica) que lo sustituya.

    El escenario Indo-Pacífico pasa por ser el tablero caliente del nuevo mundo, sin embargo, cabe decir que la actitud del presidente norteamericano, que excluye a Europa, pero no al Reino Unido, siembra dudas graves sobre sus intenciones, por más que aluda a Francia como un socio imprescindible, y produce decepción (más, incluso, que la que producía Trump, cuyo desprecio a Europa podía leerse como producto de su discurso simplificador). Hay motivos para la preocupación, pero, mucho más, para la perplejidad. Y no sólo tiene que ver con el orgullo herido de Francia.

    Es obvio que Europa tiene una tarea ímproba por delante. Y una tarea en muchos frentes, lo que demuestra que sí es decisiva en este mundo del que parece que algunos la quieren excluir. Pero esa tarea debe llevarse a cabo sin perder su auténtico espíritu, porque esa es su mayor fuerza frente a las mezquindades, frente a la depauperación democrática, frente a los intereses muy determinados y nada disimulados, que no dudan en poner en jaque la confianza. No es Trump entrando en la cacharrería: es algo más grave.

    A veces se demanda una Europa más pragmática, pero creo que debemos defender el último bastión del pensamiento profundo. Se trata de evitar el ensimismamiento, superar las dificultades de una Unión de múltiples naciones, algunas con serias disputas con Bruselas, y lograr que las elecciones locales (como las de Alemania) no afecten a los grandes asuntos. Desarrollar un mecanismo militar propio es algo que vendrá dictado por el futuro inmediato. Quizás, indirectamente, esta crisis contribuya a hacer que la Unión sea más sólida, ante los vientos inclementes de la historia. No sería un logro menor.

    20 sep 2021 / 01:00
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