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¡Qué mala suerte!

    HABÍA llegado a creer que uno de los cambios más notables de los que se habían producido en la España, que viene desde la aprobación de la Constitución hasta hoy, era la ausencia de crispación en los debates más propiamente políticos. Eso no fue así desde comienzos del siglo XIX hasta pasado el tercer cuarto del siglo XX, un montón de tiempo, durante el cual, de manera prácticamente ininterrumpida, España quedó sumergida en una dinámica siempre inconclusa de inestabilidad política y con todas sus reformas, como ahora se dice a cualquier decisión política de calado, siempre pendientes.

    Recuenten ustedes, si no me creen, cuantas guerras civiles –pues así deben ser calificadas todas las que se produjeron entre españoles–, hubo entre, pongamos, la década de los treinta del siglo XIX y la misma del XX; sólo de las llamadas “carlistas” ya hubo unas cuantas. Recuperen, si aún pueden, memoria de la desamortización del siglo XIX y la reforma agraria del XX, otra vez enmarcadas en aquellas desafortunadas décadas, ninguna de las cuales sirvió para lo que se quería que sirviesen. Pónganse a recordar nuestras guerras africanas, igual de inútiles que todo lo demás.

    Y llegados hasta aquí, por no seguir, porque haber aún hay más, díganme si no están de acuerdo en que este fue, hasta ahí, un país desafortunado. Y en todas esas “batallas” hubo quien pretendió buscar salidas por la calle de en medio. No avanzando en el tránsito secular, a favor de la modernización o, si se quiere ser más simple, del mero acercamiento a lo que hacían el resto de los europeos, sino a preservar en lo pretérito, confundiéndolo con lo honorable, creyendo que nuestro futuro estaba hacia atrás en vez de hacia adelante.

    Hubo quien llegó a decir que España acaparaba honor en su pasado, aunque no le fuese amable el futuro. Y el patriotismo era la reiterada afirmación de fidelidad al pasado, aunque fuese sin fe en el futuro. Cuando España tenía un problema se limitaba a apretar los puños. Y claro, siempre se quedaba atrás. Yo, a la vista de lo vivido entre el último cuarto del siglo XX y este primero del XXI, creí que todo eso se había superado. Que España, por fin, caminaba hacia el futuro, con la cabeza alta, sin renunciar a nada de lo que hubiese sido, pero confiada, por fin, en que podría llegar a ser lo que quería ser. Pero a veces lo dudo. Nunca pensé que pudiera llegar a producirse en los términos en que se produce el debate político, mezquino y ruin. Nada patriótico. Sólo faltaba un pronunciamiento militar, y ya está, aunque esta vez haya sido de pacotilla.

    10 dic 2020 / 00:00
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