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¡Qué malos tiempos, muchacho!

    EN Afganistán aún no hay amaneceres. No. Sigue siendo noche, más noche y más oscura. Y lo peor es que, como ya ha sucedido otras veces en otros lugares, incluso aquí mismo, cerca y con nuestros propios ancestros investidos de defensores de una fe forzada, contra todas las demás, superior e indiscutible, limpia y las demás sucias, verdadera y las demás falsas, allí se mata en nombre de un dios, Y los que ensucian sus manos con sangre derramada, creen mantener el corazón limpio, que rezan más que matan, que inmolan, no asesinan, para ganar un cielo que se les ha prometido. Y por todo eso aquella, como todas las demás que han sido y más todavía esas que se amparan en un deber divino, aquella, digo, es una guerra que no tendrá vencedores. Sólo vencidos. Esa fue la regla y el saldo de todas las guerras que lo han sido en nombre de un dios, cualquiera que haya querido ser.

    Y lastimoso es, asimismo, que habiéndose producido ya tantas veces semejante desatino, se siga repitiendo, sin que haya aprendizaje, que ya no digo que arrepentimiento. Sin atrevernos a reconocer que si nuestro dios es bueno para nosotros pero malo para los demás, no es dios ni es nada, porque le faltaría la gracia de poder ser lo que sea, bueno o malo, pero para todos; y ese sería un dios incompleto, insuficiente, y ningún dios puede ser así. Dios o lo es todo o no es nada. Para todos o para nadie. Y aún más: lo es cualquiera que sea lo que cualquier hombre proclame. Más que el que sólo es mío. Más que el que sólo es tuyo. De todos o de nadie. Y, sobre todo, sin fuerza ni imposición. Sólo nuestra capacidad de trascendernos.

    Pero dicho todo esto, que lo creo y lo siento, seguro que no es eso sobre lo que estén discutiendo ahora, entre las sombras de la vergüenza, ninguno de los que estuvieron implicados hasta ahora en la guerra afgana, que no fueron sólo los talibanes, como es obvio. Estos, que llevan consigo muchas de las culpas de las que he hablado, tienen culpa, mucha, de las muertes que ha habido y de las que aún vaya a haber, que las habrá, pero no son los únicos culpables. No, no, en absoluto. Los que se marchan, escapados, huidos, y espero que también avergonzados, no llevan las manos limpias. Y el corazón tampoco. No, no, que va.

    En los agrestes campos de Afganistán, que pude pisar un día, queda vertida sangre que ya no valdrá para nada. Lo peor que le puede pasar a la Humanidad: que lo que haga no valga para nada.

    ¿Cuando podremos volver con la cabeza alta al lugar del que ahora partimos con ella gacha?. Y sin volver a tomar el nombre de dios en vano.

    19 ago 2021 / 01:00
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