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Que nadie me quite el Xacobeo

Cuando Feijóo aún ocupaba el primer despacho de la Xunta, había semanas que organizaba mis escritos periodísticos sobre política repartiendo la temática entre lo acontecido en Galicia y lo ocurrido en Madrid, para de esta manera evitar repetirme. Este último mes y medio, y me temo que es una situación que todavía se alargará algo más en el tiempo, me fue imposible mantener este plan de trabajo. Al echar la vista a cualquiera de estos dos lugares, siempre aparecía el señor de Os Peares, como una versión existencial o espacial de la expresión gallega “entre lusco e fusco”, que se utiliza cuando no se diferencia si es de día o de noche. Con Feijóo, el dilema era saber si estaba aquí o allá, más cerca o más lejos... o incluso en las dos partes a la vez. Hubo días, y seguro que aún habrá más en los próximos meses, en que se diría que los dioses le concedieron un don de la ubicuidad para que pudiese compartir estancia simultánea entre su comunidad de origen y la capital de España, que es una omnipresencia con restricciones, pero a fin de cuentas es una movilidad instantánea a la que no todos los mortales tenemos acceso.

Ahora da la impresión de que se marchó a Madrid definitivamente, pero si uno se fija en el nuevo Gobierno que nombró Alfonso Rueda, su presencia en él se detecta por todas partes. Decir que Feijóo le dejó a su sucesor el Ejecutivo hecho puede parecer una falta de respeto al presidente recién investido
–nada más lejos de mi intención–, pero lo cierto es que a los que así opinen también les resultará imposible encontrar argumentos que justifiquen lo contrario. Para el actual boss pontevedrés de San Caetano, la obligación de designar a su Gabinete era la ocasión que se la pintaban calva para marcar su propio territorio, pero salvo Diego Calvo, que también es un hombre muy del gusto del antiguo mandatario, en el resto de las consellerías no hay más que rostros repetidos. Ni uno solo se quedó atrás en ese particular Camino de Santiago cuya meta política es ganar las próximas elecciones autonómicas. Tampoco es nada personal sugerir que podría haber mandado a alguno para casa, pero hacerlo le daría más glamur y denotaría un cierto estilo. Rueda ni siquiera soltó, ahora que tiene potestad para dormir en Monte Pío cuando lo desee, las competencias relativas a la Ruta Xacobea, que ya llevaba como vicepresidente y que seguirá ostentando bajo el epígrafe de Turismo, lo que demuestra, dada la importancia creciente de este sector en la economía gallega, que llegó a la Presidencia para todo menos para hacer turismo.

Aún así, la anunciada irrupción de Diego Calvo en el Gobierno de Rueda sí sonó como una pequeña nota discordante en todo este proceso de sustitución en la Xunta llevado a cabo con acentuada atonía y marcada intención de continuidad. Más que por la mera presencia del presidente del PP coruñés en el Ejecutivo –alguien tenía que tomar las competencias que deja el propio Rueda–, por su innecesario ascenso a la Vicepresidencia. De golpe, adelanta a todos los conselleiros con varios trienios de servicio y se sitúa a un palmo del mismo presidente. Si es en pago por tener una sucesión tranquila, pronto tendríamos que ver las prebendas que se llevarán los otros mandos provinciales, la lucense Elena Candia (¿se contenta con lo que es en el PPdeG?) y el ourensano Baltar (un misterio).

Sea como fuere, si esto fuese el análisis de una partida de ajedrez, –que en parte lo es, pues la política es también un juego estratégico con múltiples fichas de diferentes movimientos–, Diego Calvo sería ese peón pasado que tanto le gustaba a Gari Kasparov porque presiona en vanguardia y amenaza con convertirse en cualquier momento en una pieza mayor. También es cierto que, como peón que es, necesita un apoyo de calidad para no caer en el campo de batalla antes de poder llevar a cabo cualquiera de sus cometidos. En este sentido, a Calvo respaldo no le falta, ahora que Feijóo elevó su buena estrella también en el partido, encomendándole la presidencia del Comité Electoral del PP nacional.

El movimiento de Calvo es de todo menos casual. Posee una especial intencionalidad, aunque él sea casi un desconocido para el gran público, como también lo era Rueda hasta hace sólo unos días para la mitad de los gallegos. La Vicepresidencia de la Xunta, por sí sola, no asegura popularidad, pero sí aproxima a la posibilidad de llegar o aspirar a la Presidencia, el cetro Xacobeo laico de esta vieja nación del Camino. Esa es la gran meta y, para esa ruta, Rueda no presta ni su concha ni su calabaza ni su bastón, símbolos del peregrino. A Calvo le deja su consellería, pero no Turismo. Hay cosas que no se comparten.

20 may 2022 / 01:00
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