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Queda Gobierno para rato

    LO tenía fácil Pablo Casado. Se lo puso en bandeja el escoramiento del líder de Vox al tirarse al monte de la derecha más ultramontana con la propuesta de defenestración del título VIII de la Constitución, un trasnochado y populista antieuropeísmo, la paranoia de una deliberada contaminación vírica, el elogio del más populista trumpismo o, en fin, una conspiranoica trama internacional contra las naciones occidentales.

    Pero la fontanería del PP no tiene la versatilidad del Rasputín de La Moncloa y por eso Casado decidió ir a tumba abierta contra Abascal según el precocinado guion en la más clara manifestación de falta de cintura y, más aún, la debilidad de su propia autoafirmación ideológica puesta en evidencia con esa excusatio non petita. Y por más que la dócil bancada que le sustenta jalease hasta límites de lo ridículo su intervención, se equivocó al entrar en la descalificación ad hominen, tanto personal como política, de quien le sostiene en Madrid, Andalucía o Murcia.

    Que no se le cobre de momento tal equivocación no impide sospechar que más pronto que tarde empezará a pagar el caro peaje de la descalificación gratuita al optar por ese embarrado terreno de las cloacas –de tanta querencia parlamentaria– tanto más innecesario por cuanto Vox le había dejado para su lucimiento todo el arco ideológico que va del socialismo democrático a la derecha más ultramontana. ¡Que ya es espacio!

    Como comprobado referente de sabiduría, se ha elogiado aquí a la diplomacia vaticana y a una de sus virtudes capitales, la de dejar en toda negociación una puerta siempre entreabierta, de modo que resulte fácil desandar los pasos más resbaladizos. Casado optó por cerrarla de golpe y sólo el tiempo dirá si no será esa la mayor equivocación de su vida.

    Se había dicho, con sospecha más que razonable, que la moción de censura de Vox más que contra el Gobierno social-comunista se dirigía contra el PP en un intento de arañarle votos y militantes. Las intervenciones del postulante demostraron, sin embargo, lo errado de ese pensamiento y que terminó, gracias a los más hábiles manejos de La Moncloa, por convertirse en un reproche al PP pero desde la más inteligente ironía del Gobierno coaligado –felicitaciones incluidas– al que sólo el ingenuismo del candidato popular concede algún viso de racionalidad crítica en un discurso trufado de maquiavelismo. Aún no se enteró de que ni al póker ni a la política es aconsejable jugar con las cartas marcadas del tahúr que, además, reparte juego.

    Su nerviosa equidistancia entre el populismo de Vox y un Gobierno ilegitimado moralmente por nutrirse de los apoyos de Bildu y los independentistas le despoja de buena parte de su tradicional y más firme argumentario a poco que alguien quiera hacer sangre.

    No, no era Vox el enemigo a batir y mucho menos tras el empeño de su líder por alejarse de los postulados liberales. Es del social-comunismo de quien Casado tiene que cuidarse con algo más que tuits o propuestas legislativas dormidas en la Junta de Portavoces.

    Una mal explicada oposición a la renovación de cargos institucionales brindó la puntilla a Sánchez para, desde la demagogia de sus planteamientos, cargar en la mochila del desnortado PP toda la culpa ante la opinión pública. Es mentira, pero funciona. Por eso, queda Gobierno para rato.

    24 oct 2020 / 00:10
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