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Realmente tejida, trivialmente pisada (*)

Suena música en todas y por todas partes. Esa es la realidad, dónde y cuándo menos se espera. No dejan de conmover las escenas de sonidos musicales bajo las bombas y refugios de las guerras. No las acallan, pero hacen más amable la espera.

No es mi afán volver al tema del horror, la impotencia y la inutilidad de las contiendas. Voy con algo más banal, aunque no para todos por igual.

Hay un elemento que amortigua el sonido de cuerdas y vientos instrumentales, en especial de los llamados antiguos, no por su mucha edad o paso de generaciones, sino por su afinación y materiales. Mejor suena considerarlos históricos y no anticuados, como a veces se hace.

Ese elemento tiene nombre familiar: la alfombra, sea de una casa o de una sala de eventos. Si es gruesa, hecha para no dar pie al soniquete de suelas y tacones del personal, puede crear problemas.

Hay alfombras en casi todos los hogares y en mil lugares, pero son de rangos diferentes según su edad y calidad. Y también las hay de colores singulares. Basta rememorar la siempre vistosa alfombra roja de los Oscars.

Pienso en una más cercana que nos trajo no poco malestar a unos cuantos. Es una real historia sobre una “Real” alfombra. Adormecía en regular estado, sin ser molestada, expuesta a cualquier incidente, sin hacerse notar, humildemente, dejándose pisotear. Vio y sufrió el paseo de centenares de personas. No en vano - casi nadie lo sabe- tiene a sus espaldas casi 182 años de existencia. Es la que todavía hoy luce en el Paraninfo de la Universidad, situada en el primer piso de la Facultad de Geografía e Historia.

Hace unos 20 años unos concertistas, para más señales, buenos músicos, sin pensarlo sesudamente, decidieron acurrucarla en un extremo de la estancia. La razón estaba clara: sus instrumentos no se escuchaban con tanta lana.

En la actualidad, dependiendo del día, presenta su grandeza o, enrollada, mira como ausente la gran sala.

Cuando salió a la luz el libro Real Fábrica de Tapices. 300 años. 1721-2021, pensé que ahí iba a encontrar alguna información sobre la real protagonista. Es un edición cuidada e ilustrada que, como indica, responde a una conmemoración y poco aporta a lo conocido por otras fuentes ya publicadas, o que están al alcance de la mano en este mundo internet-globalizado. Caí en la cuenta de que la “Real” alfombra hablaba por sí sola. Basta leer la inscripción, medio borrosa, que aún informa de su procedencia a modo de etiqueta de hace casi dos siglos. Está bordada en su gruesa lana tejida en dos de sus esquinas, con letras a su altura, es decir, en mayúsculas: a la izquierda, REAL Fábrica de Tapices y, a la derecha, G. Stuyck Madrid 1840. Por si eso no fuera suficiente, cuando está estirada, muestra el escudo de la Universidad de Compostela, dos cruces de Santiago (bien conocidas por todos), una vieira en cada ángulo y una leyenda a cada lado que dice: Regia Academia Compostellana Alma Mater Estudiorum.

Ya casi sobran datos sobre ella misma y también si, tirando del hilo -no el de la alfombra- buscamos datos sobre la Real Fábrica, los Stuyck y, en particular sobre Gabino Stuyck Van der Gottën Álvarez (Madrid 1787-1858). Es una curiosa mezcla de apellidos que corresponden a una familia de origen flamenco, asentados en España en el s. XVIII, y la burgalesa María de las Nieves Álvarez Páramo (Lerma 1760-Madrid 1828).

Los Vandergoten (como también se les conoce) acapararon un poder inusual dentro de la Casa Real, gracias a sus negocios. Liviano Stuyck, heredero de la fortuna de sus tíos abuelos, se casó con M. de las Nieves cuando esta tenía 26 años. Ocho de sus hijos llegaron a edad adulta. Al fallecer su esposo en 1817, ella solicitó hacerse cargo de la Real Fábrica, aunque, en verdad, la regentaron dos de sus retoños: Juan y Gabino. Juan cayó en desgracia al casarse con una costurera, mientras Gabino siguió la estela de su peculiar familia sorteando malos momentos, como la ocupación de España por los Bonaparte (1808-14).

No todos fueron males. Ostentó títulos: director de la Real Fábrica de Tapices, alcalde de la Santa y Real Hermandad de Labradores y Hombres Buenos de la Villa y alcalde de barrio. Mantuvo también relación con el Hospital de S. Andrés de los Flamencos, como miembro de su Real Diputación (Fundación Carlos Amberes, la más antigua de España) que ayudaba y socorría a pobres y peregrinos venidos de los Países Bajos.

Todavía queda parentela en Madrid de esta familia, pero ese tema sobrepasa nuestros fines.

La “Real” alfombra de esta historia se halla en un centro en el que se celebraron cursos y festivales de música antigua del 1997 al 2004. Y, lo dicho, la tal alfombra, quizás por primera vez, se vio air(e)ada cuando la apartaron de su sitio. Ahora nadie se escandaliza de un hecho tan sin malicia, pero sutil y útil.

Cuando la música invade y resuena en la gran estancia, a ella la retiran. Y es que ¡todavía hay clases y jerarquías entre las Artes!

* Gracias a los profesores y demás personal de la USC que colaboraron en estas notas.

03 abr 2022 / 01:00
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