Recordando a Pepe Carro

HACE casi un año, a raíz del fallecimiento de Pepe Carro, algunos de los amigos que nos favorecimos con su amistad y su denso bagaje cultural utilizamos la generosidad de este periódico para plasmar de modo necesariamente sucinto, dada la pluriformidad de las facetas que abordó con éxito, algunas menciones a su notoriedad como médico eminente, padre de varias generaciones de facultativos que hoy sientan cátedra o nos atienden en sus clínicas, o a sus trabajos en la arqueología y el arte en general, y dentro de esto con singular dedicación al fenómeno xacobeo y al estudio de nuestra Catedral.

Es por todo esto y mucho más que nos parecía de neto sentido de justicia que abo-
gásemos por plasmaciones concretas de tales merecimientos.

Hace unos días, sus amigos tuvimos la alegría de comprobar que se va haciendo luz en algunas instituciones directamente relacionadas con Carro, y ello en forma de tributos reales. La edición de un libro dedicado a su memoria, y referido al termalismo –otra materia que le era tan próxima y a la que se dedicó con la intensidad en él habitual– y presentado en la Facultad de Medicina, la que era su segunda casa, constituye todo un paso importante que debería ser continuado por otros aún pendientes, y no quisiera que esto pueda entenderse de alguna forma como merma o desdora del comentado.

Todo lo contrario, Y me atrevo a señalar dos ámbitos todavía pendientes. Uno, sería una laudatio académica en la facultad de sus amores, complementada con una placa a situar en un aula en las que él impartía docencia. Otro, sería la dedicación de una calle de Santiago con el nombre de un hijo eminente.