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Religión y consciencia

    LA caducidad temporal y las ruinas de la vida floreciente (que nos tocan de cerca con 81.000 muertos) es tema central en las corrientes espirituales. También la vida como sueño, con que escritores profundos como Calderón o Shakespeare aludían a la consciencia dormida frente a la vigilia espiritual, consciencia a la que no solo adormecen los bienes materiales, como en El sueño del caballero de Pereda, sino también las creencias rutinarias.

    “La religión ha dejado de ser un problema”, dijo una vez Carrillo en la Transición. Fue malinterpretado como si le satisficiese repetir que España había dejado de ser católica, pero se refería a que había dejado de estar en la disputa política. La inmersión religiosa del franquismo había resucitado viejas tradiciones más propias del Antiguo Régimen, y extendido la vertiente pública de la religión como manifestación de piedad controlable y de adhesión, desalentando más bien los aspectos personales y esotéricos de la religiosidad no dirigida.

    Para aquellos que se limitaban a vivir con lo que se les ofrecía –clérigos o laicos, a veces sin sentido alguno de lo sagrado–, la religión parecía ofrecerles una falsilla moral sobre la que escribir una vida espiritual no sé si más recta pero sí uniforme y convencional.

    Hace poco un cura vasco fue amonestado por unas declaraciones, poniendo de relieve las consecuencias de sobredimensionar los aspectos sociales de la religión. La religión cultural afianza el enraizamiento y fortalece sentimientos nacionales y religiosos, que se apoyan entre sí, como ocurrió con los nacionalismos español, catalán, vasco, irlandés, etc., pero obliga a preguntarse: ¿Es preferible contribuir a la extensión de la consciencia espiritual o contribuir a aumentar la popularidad e influencia religiosas entre la gente y el poder civil mediante el respaldo público a las ideas comunes?

    En la religiosidad franquista sobraba tradición e ideología y faltaba consciencia. La autoridad se tenía por fuente por sí misma de mayor credibilidad y moralidad, como la calidad en el Antiguo Régimen, el individualismo era sospechoso y en la espiritualidad convencional había un déficit de autonomía moral, lo que es decir de moralidad.

    Sartre no tenía razón al decir: “Somos nuestras elecciones”, como si elegir no dependiese del grado de desarrollo de la consciencia, de la libertad adquirida. Pues si la consciencia se pierde en los asuntos del entorno, la religión más que espiritualidad es tradición, convención, patriotismo..., una benéfica ONG como mejor caso.

    19 ene 2021 / 00:00
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