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Renunciar a Fraga de una vez

Mis colaboraciones con El CORREO son cada vez más escasas y diría que incluso cada vez más lamentables. La informática me rechaza descaradamente. Cuando comencé en La Noche, hace cincuenta años, con Meditación de los jardines, no tenía la menor idea de la temática galaica y santiaguesa, y menos aún, del significado de mi presencia en páginas vivamente literarias. Había dejado Boiro en septiembre de 1948, con once años, primero porque en la escuela la maestra ya no tenía materia que se acomodara a mi velocidad de aprendizaje; segundo, porque no quería billete de vuelta.

Cuando, a principios de noviembre de 1971 hice mi discurso de aceptación de la dirección de El Ideal Gallego y dije: “Del gallego es volver” y, supongo “no volver a marcharse”, supongo que firmé mi condena. En un plazo razonable, de veinte años, cumpliría mi destino. Ahora tenía que asentar mis reales en Madrid, discurrir por el mundo, hacerme un hombre, escribir una tesis muy bien pensada, arremeter con la oposición a cátedra en la Universidad Complutense y, después, ah, no, tenía que escribir unos cuantos libros -y he perdido la cuenta... Total, que, con sesenta años, conocía mucho mundo, había sido corresponsal en París y Roma, corresponsal volante por el mundo, editorialista, columnista, vicepresidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, presidente de la Federación Nacional de la Prensa al grito de “No votes en Blanco, vota en Blanco Vila”, en la voz prestada que aún hoy se escucha de Pepe Domingo Castaño..., el chico ese de Padrón que se encarga de eventos deportivos en la COPE. La plaza de Callao y la Gran Vía madrileñas se llenaron con el eco de mis apellidos y, digámoslo de una vez, propiciaron una hermosa victoria de mi candidatura frente a la del Partido Comunista.

Otros, gallegos, estupendos, ya célebres por méritos propios... siguen publicando más que yo sobre los “a propósitos” de Don Manuel. Por ejemplo, Alfredo Conde, el dueño de la Casa de la Piedra Aguda, multipremiado primero nada menos que con el “griffón y el viento” (Premio Nadal), traducido como pocos a idiomas que yo no conozco, el ruso, por ejemplo, y que acaba de publicar hace unas semanas un libro titulado A propósito de Fraga, que para mí es una catilinaria contra el personaje, pero urdido con respeto y hasta diría que con cariño. De paso, su tralla roza a otros personajes que me suenan, pero a los que no he tenido ocasión de conocer más allá del saludo cordial, tras la presentación en algún acto público. A Fraga sí. Más por la vida universitaria que por la política. Después, al instalarse en Galicia, para mandar, sus zancadas se escuchaban en la capital en cuanto pasaba Piedrafita.

Como presidente del Centro Gallego que fui durante más de un lustro, tuve el placer de invitarlo a nuestras cenas del Ritz, con motivo del “gallego del año”. Muchas veces tuve pequeñas y respetuosas broncas con él. Nunca tuvo razón, casi siempre se la daba, precisamente “porque la tenía yo” y por eso podía dársela. Fracasó el proyecto, casi secreto que le presenté, tras una desagradable conversación con un orgulloso presidente de una Caixa Galega que, cuando quise que me ayudaran en la financiación de una nueva Casa de los Gallegos en Madrid, sin ver siquiera el boceto del proyecto, me lo devolvió de mala manera: ¿usted cree que la Caixa es una ONG? Buenos días, le respondí, y salí al bulevar de Alberto Aguilera por Blasco de Garay, donde me había citado el señor presidente de Caixa Vigo.

Fraga no movió un dedo... Parece que nunca quiso gastar dinero público de Galicia para salir de la ratonera del Centro Gallego de Carretas. De hecho, después de veinte años, su monumento funerario, su visión de la gloria póstuma de la Ciudad de la Cultura, sigue sin rematar y el Centro Gallego de Carretas está, me dicen, en la segunda o tercera agonía, tras más de cien años de vida cuesta arriba.

Pero el “a propósito” de Alfredo Conde con Fraga es mucho más competitivo que el mío. Yo nunca pasé facturas de almuerzos o viajes porque carecía de impresos para rellenarlos. El repaso de Alfredo es de mayor altura, claro, y se advierten los regates necesarios que tiene que hacer para esquivar los golpes secos del contrario, que no es necesariamente Fraga. El arte de la esgrima es de primera necesidad en el juego político.

Una tarde de recepción en el Centro Gallego, el presidente de Galicia, paseando en la incómoda acera de aquella calle de no muy buena fama, se impacientó y se oían sus rosmidos que, además, sorprendían a los viandantes. “Dígale a ése que mi tiempo es oro; me voy, no espero más”... “Señor presidente, no haber venido media hora antes. Mi tiempo no es más que bronce, pero no me pagan por dilapidarlo”. Son pequeñas anécdotas; grandes no recuerdo ninguna, que no fuera un mal chiste que yo, desde luego, nunca le reí.

La última anécdota que recuerdo es la de una comida a bordo de un barco “bateéiro” que controlaba un querido sobrino mío, Germán, que, por cierto, acabó en el naufragio al doblar la punta de Corrubedo. Después del almuerzo y de negarme a la posibilidad de ser candidato a la alcaldía de Boiro, tuve, encima, que coger a Fraga por sus santas “cachas” y ayudarlo a bajar a la rampa del muelle de Cabo de Cruz. Para entonces ya no tenía demasiadas fans... Eso sí, puedo decir que alguna vez le toqué el culo al presidente de Galicia.

13 jun 2021 / 01:00
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