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Reputación y política

    NO parece justa la desafección ciudadana hacia la política, porque es necesaria y, además, muchos representantes públicos tienen voluntad de servicio. Aun así, los errores, la inexperiencia, e incluso la corrupción de unos pocos, se toman a veces como una vara de medir que, injustamente, se aplica a la mayoría. Es verdad que no abunda la coherencia, la excelencia, o la diligencia. Y hasta es cierto que predominan los exabruptos, las diatribas, los insultos, e incluso la competencia desleal entre políticos. Pero hay que reconocer que su tarea no es fácil. Su labor se complica al adquirir responsabilidades públicas.

    Incluso parece casi imposible asumir puestos de relevancia sin ser después defenestrados. Somos testigos de casos de profesionales consagrados cuyas trayectorias y reputación llegan a ponerse en entredicho una vez se someten al escrutinio público. En ocasiones se detecta que, pese a su experiencia y buen hacer en un determinado ámbito profesional, no son capaces de aplicar en la esfera de la gestión política las competencias que los avalaban. Aunque también es cierto que a veces aceptan carteras alejadas de su ámbito de excelencia. Por ello es fácil prever cuán difícil puede ser para un filósofo ocuparse de la cartera de Sanidad, o el reto que supone ser ministro de Cultura y Deporte sin experiencia en ninguno de los dos ámbitos.

    Otras veces se les encargan tareas a los “políticos profesionales”, que carecen de una trayectoria laboral reconocida. Queremos pensar que, conscientes de sus limitaciones, se rodearán de asesores preparados, más que de colegas a los que agraciar. De hecho, escasean figuras como Margarita Robles, o Nadia Calviño, cuyas trayectorias y experiencia previa a su condición de Ministras refrendan con su gestión una vez en el poder. Así, mientras la primera ha sabido poner en valor la labor del Ejército, la segunda aporta la nota de sensatez en La Moncloa y en Bruselas. Pero ahí las vemos; cada poco tiempo enfrentándose incluso a esos compañeros de Gobierno más ocupados en sus intereses políticos, que en propiciar el progreso y el bienestar del país.

    Distinta suerte han tenido otros dirigentes como Grande-Marlaska, o la ex ministra González Laya, cuestionados de forma reiterada, utilizados como chivos expiatorios, y forzados a asumir decisiones erróneas que no les correspondían. Hasta apena ver a un prestigioso abogado del Estado como Edmundo Bal convertido en un sufrido diputado. Menos frecuentes resultan casos como los de la gallega Yolanda Díaz, figura en ascenso pese a las delicadas circunstancias en las que le ha tocado gobernar. Porque, estemos o no de acuerdo con algunas de sus pretensiones populistas e ilusorias, es innegable su tono conciliador, así como su apuesta por el diálogo.

    04 oct 2021 / 01:00
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