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Saber o no saber

    NOS movemos entre dicotomías, entre disyuntivas, que nos desgajan como un palo seco. Es el triste momento del si/no, no tanto del no sabe/no contesta: está muy mal visto, como la ambigüedad, la relatividad (no sé la de Einstein, pero quizás también). Las cosas son negras o blancas, jamás grises y, en general, carecen de color. De esto hablo algunos días aquí, porque me parece un tema muy principal. Hay que luchar contra la dictadura de la disyuntiva, contra los maniqueísmos que han vuelto, para quitarnos la dulce y resbaladiza sensación de los matices, siempre tan peligrosos, y tan necesarios para sobrevivir a la penosa uniformidad que otros pretenden.

    De esto hablaba ayer largamente con Curro Cañete (la entrevista va en este periódico de hoy), que trabaja las emociones y el crecimiento personal, o como se diga. Asegura en sus libros y en sus conferencias que conoce el camino del éxito y de la felicidad, si es que comparten, pienso yo, el mismo camino. Hay éxitos que conllevan una profunda infelicidad. Pero no es de ese éxito enfermizo de lo que habla Curro, que cree de verdad en lo que dice: uno de sus hermanos se fue para siempre cuando él era muy joven, llegó a Madrid para triunfar en algo (como muchos, sí), hizo periodismo de noche y famosos, también otros periodismos, y un día descubrió que era necesario parar, reinventar los días y apagar las luces traicioneras de la nostalgia.

    Por eso, me dice, sólo cree de verdad en el presente, en el aquí y ahora. El futuro es una suma de presentes: eso es todo lo que tenemos a mano. Así que aparta cualquier pensamiento tóxico como se aparta un flequillo. Se limpia de tristezas y de amarguras, y eso que el momento no ayuda. Cuando le pregunto por la pandemia, por el confinamiento, por todo esto que nos está pasando, me explica que su mejor decisión fue apagar las noticias. Que es tanto, le digo, como apagar la realidad. O como hacer que no la vemos.

    Pero tampoco es eso: “hay que estar informados”, enfatiza. Lo que no quiere es verse ahogado por los números, acorralado por más y más datos, en su mayoría difíciles de digerir o comprender. Llega un instante en el que uno parece que se engancha a estas cosas, como si no hubiera otras. Como si fuera todo lo que nos queda. Más y más de lo mismo. A cada hora, a cada instante. Puede que no saber, frente a saber, se parezca demasiado al niño que cierra los ojos, o que esconde la cara tras las manos, porque cree que así el miedo desaparece y la amenaza se conjura. Pero el niño no está tan alejado de la verdad: el miedo anida en nuestra mente y destruye toda la alegría.

    Ser o no ser. Tener o no tener. Saber o no saber. Es tiempo de disyuntivas. Curro Cañete cree que la rareza está mal vista, como la revolución, porque es difícil gestionarla, se amolda mal a las etiquetas previstas en el mundo contemporáneo. Por eso, en sus libros, pide todo el rato que seamos creativos. La creatividad consiste, precisamente, en negarse al etiquetado, a la clasificación predeterminada. La creatividad implica escribir nuestra vida, no escoger una de las historias construidas para nosotros con ingredientes torpes y previsibles. Esos guiones que al parecer debemos aceptar e interpretar, esos textos que en verdad pertenecen a la película de otros. Conviene detectarlos a tiempo. Conviene escribir nuestra historia.

    23 sep 2020 / 00:31
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