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Sale más de lo que entra

    HUBO un tiempo en este país en que el mundo era cualquier cosa que estaba fuera de España. Se decía así de una manera bastante informe y sin andar discriminando demasiado entre países o continentes.

    Y lo de fuera de España era un sitio grande al que iban los emigrantes a ganar dinero (ya que lo de viajar por turismo estaba por llegar), que ahorraban todo lo que podían y buena parte de lo ahorrado venia a nuestro país en forma de compra de pisos en ciudades, mejoras de las viviendas en los lugares de origen, una cierta capacidad de gasto cuando se venía de vacaciones, saldos en cuentas corrientes... Hoy lo llamaríamos inversión extranjera, esa tan necesaria y que rellena tanto las arcas públicas para posterior redistribución de esa riqueza entre muchos (cada vez más).

    Era un sistema tan perfecto como cruel. Se trabajaba y se cotizaba; y la esperanza de vida media no iba mucho más allá de la edad de jubilación, por lo que el sistema era capaz de garantizar los derechos adquiridos de los ciudadanos; no había ningún gasto disparado.

    Por su lado el Estado, cualquier Estado, era, es (y será) una máquina voraz capaz de engullir cualquier impuesto creado o por crear. Se iba acomodando la presión en función de las necesidades que siempre han ido en aumento. Cierto es que habría que ver muy bien a que se llamaba necesidades.

    Y no era disparatada la comparación con los agujeros negros del espacio, ya saben, una zona del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa tan grande como para generar una atracción tan potente que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella y que atraen todo lo que le pilla cerca (pido disculpas por la prosaica explicación).

    Lo que ocurría es que eran épocas de crecimientos, de tasas bajas de paro, de un número de turistas internacionales (cada año mayor) que venían al país y todo eso combinado con una buena competitividad. Por tanto España –y especialmente desde la democracia en adelante– era un sitio seguro, dentro de un contexto internacional, algo atrasado en algunos aspectos pero tenía algo muy importante: era un país barato. Y era barato para el turista (y con una relación calidad/precio más que aceptable), también barato el coste de mano de obra para la inmensa cantidad de fábricas de multinacionales que se instalaron aquí para ensamblar coches o fabricar cualquier clase de maquinaria. Y tampoco olvidemos el gran número de fábricas e industrias (también agrícolas y ganaderas) con capital nacional que teníamos y que unían calidad y buen precio para poder exportar. Todo eso generaba riqueza y por tanto impuestos por las transacciones; el destino ya lo hemos comentado: repartirlos de la mejor forma.

    Ocurrió que fuimos perdiendo esa competitividad por el incremento del nivel de vida e incremento en sueldos y ventajas laborales (cosa deseable), pero eso hizo que otros lugares del mundo pudieran ofrecer lo mismo (o casi) a costes más económicos y, consecuentemente, un numero de empresas con sus fábricas marcharon lejos dejando comarcas enteras sin una alternativa posible. Se habló mucho de los planes de reindustrialización u otros nombres similares, pero que valieron en muchos casos solo para el día en que había visita del político. De aquellas fechas vienen incrementos porcentuales en la cifra de paro que parecen endémicos: no hay forma de hacerlos bajar.

    Aún así siempre se mantuvo la creencia de que “el Estado lo aguanta todo”, “Papá Estado”, etc. y hemos seguido tirando del mismo sitio con incremento de costes derivados de coberturas públicas mejoradas, pensiones de larga duración por la maravillosa longevidad de los nacionales, ayudas de todo tipo, sistema político de enorme representación lo que acarreó la necesidad de seguir incrementando impuestos... Como es normal, el que recibe o disfruta de los impuestos muestra su conformidad; al que los tiene que pagar y cada día se los suben más se le pone cara de cabreo.

    Y en estas andamos cuando a un ministro del Gobierno se le escapa (difícil de creer que se le haya escapado) que una buena porción de nosotros que ya vemos en lontananza la jubilación no debemos hacernos tantas ilusiones; que lo mismo nos toca menos de lo que esperamos o que hay que trabajar más años todavía, pero así, sin especificar. Por mi parte, y soy de los que lo tiene que asumir, me da la impresión de que se cumple lo que ya se venía hablando en bares y tabernas con gran sabiduría: sale más de lo que entra. Con todo lo que eso implica. Seguro que me entienden.

    16 jul 2021 / 01:00
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