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Sánchez busca el calor de hogar

    EN LAS televisiones de la sobremesa se preguntaban para qué sirven las convenciones o congresos de los partidos políticos: si es que va a cambiar algo en ellos tras el finde de discursos, aclamaciones y algunas discrepancias.

    No tengo respuesta. Imagino que en este mundo de tanta imagen y ruido mediático hay que estar ahí. Todo por la música, los eslóganes y el perfume electoral, que algunos son muy capaces de sentir en el aire, como se siente el amor. Sánchez, como Casado, como cualquier líder, quiere ser aclamado y ratificado, especialmente ahora, en pleno siglo líquido, en este carrusel de las incertidumbres. Por eso hay que estar a bien con la familia.

    Se dice que el 40 Congreso socialista (o socialdemócrata) ha sido el de la ‘sanchificación’, que vale por santificación, de Pedro, pero es válido para cualquier líder, que quiere ser reconocido antes de iniciar el azaroso viaje. Es verdad que Pedro ha estado en sus laberintos, a veces puestos en cuestión por baronías no siempre periféricas, pero la sala de máquinas, en tiempos limitados y difíciles, donde las mayorías son ya un bello recuerdo, siempre es un lugar incómodo, del que no se puede salir impoluto.

    En el último y siempre inextricable tramo de la legislatura, el presidente ha querido buscar de nuevo el cielo protector de la casa socialista, reconocer el trabajo de los veteranos, abrazarlos en público y restaurar lazos de confianza, o de sangre, que diría Boris (Izaguirre, no Johnson).

    Pero es verdad que retorna con el poder, la legislatura no se ha quebrado, aunque las encuestas (Tezanos aparte) ofrezcan algunos síntomas preocupantes. El desgaste se le supone: por hacer la gracia, es un desgaste a todas luces, porque de ahí vienen los mayores males. La luz pasa factura. A cambio, el país parece haberse sacudido la pandemia mejor que muchos en Europa, según cantan las cifras, pero lo peor está en el empleo, para variar, y en la sensación de que la pobreza cabalga sin freno en tierras envejecidas y vaciadas. Sánchez sabe que el apoyo del congreso de Valencia, el abrazo con González como icono rutilante, es fundamental para lidiar las batallas de este último tranco, con Yolanda Díez convertida en una figura transversal, embarcada en un proyecto que parece ir más allá de los afanes domésticos.

    Atrás quedan Pablo Iglesias e Iván Redondo. Sánchez pasa página, la de los amores difíciles. El mensaje es que ahora ya no caben disidencias cercanas. Sánchez dice que lo suyo es la socialdemocracia de toda la vida, no otra cosa, viene a decir que la travesía de la legislatura exigió movidas que algunos no vieron con claridad, pero en esta coyuntura prelectoral todo se reescribe, porque las excursiones por las periferias de la izquierda fueron necesarias para armar el puzle, pero ahora hay que buscar el calor de hogar. Aunque esa izquierda seguirá haciendo falta, como Yolanda sabe muy bien.

    El frío de la pandemia, que se agudiza con la crisis energética y otras crisis, es algo así como el general invierno. La derecha, también en el proceso de construir al fin un liderazgo estable en torno a Casado, con Madrid como ariete y no como competencia interna, aborda igualmente este tiempo impredecible. Los augures les dicen que tienen una oportunidad, sobre todo si los impuestos enfadan a la clase media, que es la que más vota. Pero lo cierto es que, mientras llega el invierno, todo está en movimiento, todo busca su sitio, su nuevo sitio. Los guionistas se afanan ya en el argumento final.

    19 oct 2021 / 01:00
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