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Sánchez y el caballo de Troya

    LA temeraria decisión de Pedro Sánchez de suprimir el delito de sedición se toma en contra de la mayoría de la opinión pública –incluida la mitad de sus propios votantes–, contraviene su programa electoral y vuelve a desdecir al presidente de sus repetidas afirmaciones de que lo del 1-O fue incluso rebelión, que endurecería las penas de sedición, que pondría a Puigdemont ante la Justicia y que nunca indultaría a los protagonistas de la intentona independentista.

    La razón de este giro, es obvio, es la presión continuada que las formaciones catalanas ejercen sobre el presidente, conocedores de su particular talón de Aquiles, la continuidad en La Moncloa, en cuya defensa está dispuesto a olvidar a Montesquieu que avisaba que “la descomposición de todo Gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado”.

    Cual enfermo por drogadicción a merced de los camellos que le suministran la mortal pócima para calmar su síndrome, ignora el presidente que esta nueva cesión no es ni la última ni la peor de las que se le exigirán en ese permanente chantaje, como ya anuncia ERC al hablar de amnistía y referéndum, o el PNV solicitando la derogación del artículo 155 de la Constitución. Pero, cual drogadicto acuciado por la abstinencia, todo llegará.

    De ahí que más que llorar por la leche derramada por esta nueva claudicación ante el independentismo, el análisis debe centrarse en la personalidad de Sánchez y en el estado de manifiesta vulnerabilidad que le llevan a esta continua y creciente cesión a costa de debilitar el Estado.

    Fue la periodista y doble premio Putlizer, Barbara Tuchman, en La marcha de la locura (1981) la que, con el relato de los más significados ejemplos a lo largo de la Historia, advirtió que los juicios y decisiones de un gobernante deberían basarse en la experiencia, el sentido común y la información disponible, lo que no se daba en la inacabable lista –del caballo de Troya a Vietnam– de tantos poderosos a causa de su insensatez, uno de los cuatro pecados capitales del poder junto con la tiranía, la ambición y la incompetencia.

    Respecto del presidente español, la exsocialista Rosa Díez alertó hace algún tiempo de las concomitancias de las acciones del presidente con la conducta descrita como habitual en el comportamiento de un psicópata, asombrándose de su repetida coincidencia.

    Sin salirnos de la medicina, especialistas en neuropsiquiatría advierten de la existencia de lo que el neurólogo y excanciller británico David Owen llamó en 2008 el Síndrome de Hubris, término griego para denominar los actos de prepotencia, desmesura, orgullo y soberbia, como un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta especialmente a quienes ejercen el poder, con mayor frecuencia en la política, y que atañe a actos en los que un personaje poderoso se comporta con soberbia y arrogancia, con una exagerada autoconfianza que lo lleva a despreciar a las otras personas y a actuar en contra del sentido común.

    ¿Adivina el lector alguna concomitancia con el proceder de Sánchez? Pues eso.

    14 nov 2022 / 01:00
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