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Sanchismo en declive

    SI alguna constatación más precisaba la falta de credibilidad del CIS –además del repetido rechazo de Pedro Sánchez de aprovechar la supuesta bonanza electoral que pronostica el paniaguado Tezanos– los actos del aniversario de la victoria del socialismo democrático, concluidos el sábado en Sevilla, añaden un nuevo argumento a la escasa fiabilidad que el Gobierno presta a sus propios sondeos. Más que eso, ponen de relieve el decadente predicamento que como vitola del triunfo abanderó entre los suyos el actual presidente del Gobierno.

    Por eso cabe preguntarse a santo de qué nueva conveniencia vino la conmemoración del triunfo electoral y que no admite otra interpretación que la del torticero intento de lograr un nuevo balón de oxígeno para el actual secretario general al pretender una imagen de continuidad ideológica y política del socialismo del 82 que se contradice con las propias y anteriores palabras del homenajeado Felipe González cuando recordó públicamente que a él nadie le haría callar, en respuesta al desprecio que de su figura hicieron Lastra y Ábalos, por no citar la crítica de Rubalcaba –también torticeramente rentabilizado por Sánchez– al aludir al Gobierno Frankenstein.

    Inexplicable resulta, en consecuencia, que el triunfador de las elecciones de 1982 se aviniera a ese abrazo del oso –“¿por qué te prestas, Felipe?” le recomendó algún sesudo analista– por más que exteriorizara una voluntaria puesta en escena de manifiesta incomodidad que, si en la inauguración de la exposición fue de un hieratismo digno del arte egipcio, en Sevilla se tradujo en la contención de toda expresión de euforia y la manifiesta renuencia a los abrazos que pretendía su sucesor.

    Es tal la necesidad del presidente de asirse al clavo ardiendo del histórico capital socialista, que acabó dando por buena la eufemística pero categórica reconvención que González hizo en su intervención respecto de la deriva del sanchismo. Desde el anecdótico, pero contundente, buscar en la sala a “ese personaje singular que levantaba mi mano en la ventana del Palace” –Alfonso Guerra– a las más categóricas afirmaciones de que “quien no sabe de dónde viene tampoco sabe a dónde va” o la necesidad de “tener sentido de la orientación”, recordando a tal efecto y hasta por tres veces las intentonas de ETA de cargarse históricos referentes democráticos.

    Reprochó también el expresidente el deterioro actual del espíritu de concertación, las derivas en la cuestión territorial “al centrifugar en vez de descentralizar” o la primacía que debe tener el “paquete de ciudadanía” para concluir con una enérgica y enfatizada invitación a lo que debe ser la prioridad de todo gobierno, “recuperar la convivencia en paz y libertad”. En suma, una prueba del algodón que el Gobierno y sus aliados son incapaces de superar.

    Pero, más que las presencias críticas, lo que realmente quedó en evidencia en tan magnificada efeméride fueron las ausencias. El citado Guerra y, junto a él, nada menos que ocho de los nueve presidentes de comunidades autónomas regidas por el socialismo. Es decir, el primero y categórico declinar del poder del sanchismo entre los suyos.

    31 oct 2022 / 01:00
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