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Ser o no ser como Johnson

    COMO siempre digo, el asunto Johnson no es divertido, pero nos divierte. Quizás también a él. Hay algo de postura arrogante en eso de hacer algo en tu jardín de atrás que los demás no pueden hacer, pero también está esa impostada candidez que otorga la supuesta ignorancia de lo prohibido. El encanto de Johnson y su pelo, sobre todo su pelo, está en esa forma caótica de armarse, en ese tartamudear un inglés, que, sin embargo, Shakespeare no habría despreciado. Es un encanto raro si creemos que los británicos se mueven en su disciplina y su innegociable puntualidad, pero también es mito. Quién sabe si todos quieren ser, no como Beckham, sino como Johnson.

    Las fiestas de Downing Street son fiestas en pandemia, y de ahí el problema. Nadie arrugaría el entrecejo por un vinito antes de comer (yo no lo hago), y negociaciones ha habido que se han agilizado con libaciones, aunque no sea lo recomendable. Johnson parece creer en unas tripas de la política menos espartanas, algo más laxas, y a buen seguro que no es el único. La gente valoraba su torpe disposición a enfrentarse a los micrófonos, alejada de la pulcritud sospechosa de otros colegas. Sospechosa de argumentario.

    Pero esa política aún perfumada de ‘college’, como quien tiene una nostalgia pueril de viejos botellones, puede costarle el puesto a Johnson. ¿Es eso o su caos? Sé que es un hombre de la élite, de colegios de élite y filólogo amante de los clásicos. Cuando revisas la biografía de grandes políticos ingleses, y no sólo ingleses, te encuentras con ese pasado de cierta aristocracia intelectual, los góticos colegios, la vida de los llamados a la excelencia. En fin, hay de todo. No sé si Boris Johnson tenía que ser Premier un día, si venía marcado de cuna, si se le veía venir, pero nunca he dudado de que se considera llamado al éxito y a presidir cosas, en general. (En otros niveles, conozco unos cuantos de esos autoconvencidos...). Y llegó, vaya si llegó.

    No deja de ser una lástima que el líder vaya a caer por eso, si finalmente ocurre, pudiendo hacerlo por sus políticas y por el ‘brexit’ heredado, razones más que poderosas y más que suficientes. Johnson agarró una corona (es un decir) que los ‘tories’ tuvieron que ir soltando, porque quemaba. Estuvo en el lugar adecuado en el momento adecuado (cuando Theresa May ya no pudo convencer más a los suyos) y tuvo que seguir adelante con el ‘brexit’ como quizás hubiera seguido adelante con cualquier otra cosa. Lo que tocara.

    Ahora, mientras se hace el silencio a la espera de la anatomía de Gray, la funcionaria encargada de analizar el asunto festivo, la política británica parece, una vez más, en suspenso. No es el mejor momento, pero a menudo son los asuntos de cocina los más complicados de resolver. Muchos hablan de parálisis, pero otros ven una oportunidad para librarse de una vez por todas de un político que les resulta ingobernable, especialmente de puertas adentro, de alguien que no deja de proporcionar titulares controvertidos y munición a la oposición. El asunto, dicen, es demasiado serio (porque tiene que ver con la gravedad de la pandemia) como para seguir creyendo que Johnson mantiene ese raro encanto del caos, ese atractivo del británico medio que le podría mantener el voto, extrañamente seducido por su atracción fatal por salirse de la norma. Aunque sea su propia norma.

    Todo ello aderezado con ingredientes no sólo de la comedia, sino del drama. Cummings parece ese personaje que completaría tanto un elenco de Shakespeare como de Harry Potter. El mago que, desde el lado oscuro del resentimiento (eso leo), desbarata la llamada magia de Johnson. Porque, ay, se sabe todos sus trucos.

    24 ene 2022 / 01:00
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