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Silencio

    UNA de las imágenes que nos ha dejado la pandemia del covid-19 es la de grandes calles, plazas y monumentos emblemáticos del mundo, vacíos sin nadie y en silencio. La plaza de San Marcos en Venecia, la plaza de San Pedro en Roma, la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela, los Campos Elíseos en París, Times Square en Nueva York, la plaza de Mayo en Buenos Aires, la plaza de Palacio delante del museo del Ermitage en San Petersburgo, ... todas vacías con un silencio sobrecogedor.

    La sensación que tuvimos al contemplarlas en la televisión es similar a la que tenemos cuando nos encontramos en medio del mar o elevados en una montaña o en medio de un bosque. Sensaciones de pequeñez frente a la inmensidad y majestuosidad, experiencias de soledad y deseos de explorar más allá de lo que miramos. Deseos de unirnos y abrazar a lo que contemplamos, así como el de no movernos y permanecer allí sin hacer nada, simplemente mirando y oyendo el silencio.

    El silencio es una criatura que en un mundo con tanto ruido no le dejamos existir a pesar de ser necesario e importante para la humanidad. En su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua, el dramaturgo y matemático Juan Mayorga hablaba de la importancia del silencio. El silencio esta ligado al tiempo. “Cuando todo calla, oímos el paso del tiempo”.

    Por su importancia, guardamos un minuto de silencio para guardar la memoria de seres queridos y por eso decimos que la vida en su crudeza o en su belleza nos “ha dejado sin palabras”. También esta ligado al mirar y por eso perturba en un museo las voces y cuchicheos que no permitan disfrutar de la belleza de los cuadros. Por lo mismo algunos exploradores de la Antártida dicen que hay tantas variedades de silencio como de blancos.

    Hay algunos que huyen del silencio y otros que lo necesitan para ver, tocar, oler y saborear. Esto lo saben los monjes cistercienses, que como decía uno de Sobrado, son expertos en silencio y confinamiento. El silencio también tiene que ver con soledad, fortaleza, secreto, vacío o plenitud como nos dice Mayorga. El silencio es imprescindible para escuchar las palabras de otros. También lo es para decir las propias. Los que hablan bien dominan no solo las palabras sino el silencio. Saber hablar es saber callar.

    El silencio ha sido tema tratado por muchos literatos y artistas. Hace unos años el director de cine Martin Scorsese, en la película Silencio, describía el silencio de Dios ante las torturas de los japoneses a dos misioneros jesuitas. Calderon, en La vida es sueño, nos dice que el lenguaje de Dios es el silencio. También nos indica como hablar con Dios: “Callar, la mente en Dios, hablando puede quién puede, en Dios la mente, hablar callando”.

    En el programa Peregrinus, dirigido a los peregrinos que llegan a Santiago, se hace un cántico que expresa la misma idea calderoniana: “Basta mirar y callar para escuchar su palabra, basta hacer silencio dentro para escuchar su voz”.

    18 jun 2020 / 22:52
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