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martes, 23 abril 2024
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Sobre el altar de Santiago

    ENALTECER una tumba, un altar y venerar a Santiago el Mayor; a todo ello se encaminan, allá cuando discurre la segunda mitad del XVII, todas las obras que se realizan, conjuntamente, en el presbiterio de la catedral compostelana. Pasaron los siglos y aquel lugar, a considerar el epicentro de todo el culto jacobeo, fue envejeciendo, a pesar de los más o menos atinados cuidados que se le procuraron otorgar en momentos diversos.

    Mas de tres centurias de vida barroca están ahí, hechas de maderas enormemente debilitadas por su edad; de plata, de oros y pinturas oscurecidos por años que supusieron enormes cargas de humedad y que llegaron a afectar, enormemente, a todo este conjunto. Y ahora, tras una larga y costosa etapa de labores de restauración, practicadas sobre una obra tan singular, todo vuelve a relucir, gozando de una brillantez propia de algo sobre lo que parece que no ha pasado el tiempo.

    Pero, en esta tan valiosa recuperación lograda, lo más importante es aquello que el espectador no ve. El gran problema que, una vez más, se pretende resolver –y ojalá resulte una solución efectiva– es el de las filtraciones que lo dañan todo; en este sentido, el controlar los niveles de humedad va a ser fundamental, algo para lo que hoy existen soluciones que minimizan el deterioro de forma sustancial.

    La segunda gran cuestión acometida ha sido enfrentarse a la necesidad de fortalecer la sostenibilidad de una obra en madera, tan antigua y relativamente pesada, que, a modo de perpetuo palio, ampara el altar de Santiago; es ésta, también, una labor fundamental, que conviene reconocer especialmente. En definitiva, se ha cumplido, una vez más, un objetivo fundamental: mostrar, con el decoro debido, la razón de ser de todo un mundo peregrino.

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