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Sobre el incierto hundimiento del Titanic Sánchez

A menudo se escucha que el trabajo del político guarda algunas similitudes con la profesión de actor. Se refieren estas voces repetidas al fingimiento necesario que ambas actividades requieren para cuajar buenas interpretaciones. Luego, unos comediantes se harán merecedores de prestigiosos galardones como el Goya o el Oscar y a otros les darán votos, que tampoco es un premio menor. Pero esta semejanza también podría ir más allá del campo de la ficción y la simulación en plató y extenderse a ese momento tan importante de la preproducción en la que se eligen los papeles. La carrera del actor depende mucho de su olfato para acertar al escoger el personaje al que dará vida, mientras que el dirigente político, que de partida ya sabe que sólo puede darse vida sí mismo, al menos, debe conocer la película que protagoniza para no equivocarse de registro. Y, de paso, también le resultaría conveniente no perder de vista los giros de guión del filme en el que participa el rival que le disputará la Concha de Oro en las urnas.

Si se comparan las laureadas trayectorias del presidente del Gobierno Pedro Sánchez y del reconocido actor Leonardo DiCaprio (el español nunca ganó un Oscar, pero el americano tampoco fue nunca presidente de su país), el primer título que le vendrá a la cabeza a cada uno que se atreva con este antagonismo forzado y a priori un tanto absurdo dependerá del punto de vista, sobre todo ideológico, desde el que se acerque a analizarlo. Donde unos verán Titanic (en el cine Génova), por aquello de su maravillosa historia del hundimiento, otros que se fijen más en la capacidad de resistencia de algunos seres extraordinarios pensarán antes en El Renacido (cine Ferraz).

Desde una sala donde sólo accediesen mentes objetivas, tal vez se tiraría por la calle de en medio y el título más votado fuese Atrápame si puedes, cuyo enunciado ya sugiere ese tipo de comedia donde Sánchez encaja como el protagonista perfecto. Pero es que, además, en esta película DiCaprio encarna a un especialista en suplantar identidades que también domina el arte de la falsificación de billetes. Es tan habilidoso en lo suyo que el propio FBI al final lo recluta para investigar posibles fraudes. Una historia parecida a la del actual presidente del Gobierno en el PSOE: mareó tanto a la cúpula y a la militancia que acabaron por entregarle el cetro. Todo sea por descansar la cabeza y poder ver el resto de la película tranquilamente en el sillón.

En la pantalla grande del cine Génova, desde que Núñez Feijóo se encarga del manejo del proyector, repiten una y otra vez Titanic, barco que identifican con el Gobierno y lo imaginan hundiéndose irremisiblemente con Sánchez dentro intentando saltarse la norma de las mujeres y los niños primero, mientras la orquesta de la mayoría que ellos llaman Frankenstein sigue tocando frenéticos acordes en los escaños del Parlamento.

En el PP se creen esta película porque Sánchez siempre les recuerda a aquel Zapatero que llegó tan cadáver a su último año de Gobierno (con municipales, autonómicas y generales, como el 2023 que viene) que lo tuvieron que enterrar antes de la cita con las urnas nacionales del 20-N (hermosa fecha para un funeral) y sustituirlo por un Rubalcaba que también se encontraba ya más zombi que otra cosa. Y así ganó Rajoy, otro renacido aunque con menos parecido con Leonardo DiCaprio.

La diferencia entre aquel 2011 y el próximo 2023 es que entonces aquel PSOE se hundió estrepitosamente en las municipales y autonómicas, donde apenas quedaron candidatos socialistas triunfadores, todos ellos abofeteados duramente en una jornada electoral donde los votantes buscaron en las urnas bailar sobre la tumba de ZP. Hasta Cospedal ganó en La Mancha, donde intentó escribir El Quijote en femenino, y Monago en Extremadura, donde hizo de Sancho Panza de Iván Redondo, años después caballero visionario en la corte sanchista. Pero hoy no se prevé tal marchitez de la rosa, ni mucho menos, en el esperado revival de esa batalla que se estrenará doce años después.

El PP ayuso-feijoniano desea tanto ver a Sánchez congelándose en el agua tras el naufragio, que no le importa concederle al presidente las facciones de DiCaprio, cuya belleza y galante protagonismo no lo salvaron de morir de hipotermia junto a su amada. Pero hay que tener cuidado con los finales, pues el hombre que habita en Moncloa, de sangre fría por naturaleza, difícilmente morirá de congelación. Como tampoco le cedería el madero flotante a Yolanda Díaz para que se salve, así vaya la coalición directa contra el iceberg. Lo suyo es la resistencia. Como el Peter Sellers de El guateque, no es sencillo acabar con él ni siquiera en la ficción.

23 sep 2022 / 01:00
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