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Superman, la kryptonita... y SC, el tiramisú

Sansón perdía inmediatamente sus magnánimas fuerzas si alguien le cortaba, traicioneramente, sus largos y atusados tirabuzones –¿Qué...?-CHAS!-Ouch!-. Aquiles... bueno, Aquiles... mucho bíceps, mucho hoplón y mucho perfil de “medio lao” pero este majadero tenía su único punto flaco al descubierto, en su talón desnudo. Dionisio tenía un problemilla con el bebercio, mientras que el embolado de Pandora lo guardaba metidito en una caja... y a Prometeo no sé que le pasaba con el fuego, oiga. ¡Ja!

Pero calle, que no sólo los héroes y dioses clásicos tenían sus dilemas y sus cosillas, puesto con los superhéroes modernos de hoy en día también pasa tres cuartos de lo mismo, porque a Superman le ponías delante un cristalito de Kryptonita y se ponía a temblar como un flan... y a Peter Parker, una arañita lo puso a andar; así como a Batman, un murciélago. Y el doctor Banner –cielos, el doctor Banner- recordemos que este buen samaritano evitaba por todos los medios enojarse con nadie, puesto que demasiado estrés llenaría sus células de rayos gamma y ello desataría al monstruo verde que llevaba dentro, una mole de 3 x 3 metros que hacía añicos sus vestiduras al emerger -Riiiiiipppp!!!!- y que firmaba bajo el pseudónimo de El increíble Hulk. Sí, amigos: para cada superhéroe de leyenda, siempre existe su Némesis...

...Hombre, a ver, un tal SC... superhéroe, superhéroe, no sabría qué decirle. Lo de la capa y el calzón por encima del pololo, nunca han sido su fuerte. Pero lo que sí es cierto y es una verdad-verdadera, es que el gurú también posee su idiosincrásico talón de Aquiles, en este caso, revestido de cacao y con núcleo de mascarpone: el tiramisú..., ese maldito postre frío que se monta en capas y que hace la delicia de todos los públicos.

Este diabólico artefacto, digo, puede doblegar sin dificultad alguna voluntad de ascetas, monjes y hombres santos de cualquier credo o religión debido a que posee un superpoder en sí mismo: admite un sinfín de pequeñas variaciones en cuanto a su elaboración (todas ellas deliciosas), lo que afecta al sabor y textura final; es decir, que en realidad no existe un tiramisú que sea igual que otro: hete aquí que mole tanto. A ver, sí, los hay regular-regulín, los hay esto va mejorando y los hay es-pec-ta-cu-la-res..., y entre estos últimos, cabe citar el que con tanta amabilidad me adjunta –de cuando en vez- mi estimada amiga y colega doña Inés Carballo, de las tierras del Norte. ¡Diablos, rayos y centellas! Ante tal ventura, sólo me viene a la cabeza otra persona (también dama) que podría rivalizar con la diabólica criatura de la señora Carballo, y es la muy avezada –en artes culinarias diversas- doña Marisol Otero, la cual posee vastísimos conocimientos entre fogones y es tal su pericia para con los cocidos galaicos que le deja a uno las piernas temblando –blbllblbl- cuando prueba sus exquisiteces culinarias. Sí, amigos: estaríamos hablando de un duelo entre Titanes.

Por ello, respiremos profundo y seamos sinceros: no hay en el Universo conocido –y por conocer- un postre más rico que el tiramisú, con su quesito mascarpone, aquella cosita tierna de bizcocho -o galletamen- y ese espolverado salvaje de cacao (grueso como un adoquín) que corona el maldito artilugio, esa especie de mazacote libidinoso hecho a base de escanciar polvos negros subtropicales que te dan ganas de tirarte desde un quinto piso y acabar encastrado –PLAF- en tan deliciosa vianda... ñam, ñam!! (al tiempo que haces “el abro-cierro” con piernas-brazos, se sobreentiende). ¡Ja! Te digo yo que si la puñetera serpiente esa del Edén hubiese cambiado en su día la insulsa manzana por una porción de tiramisú..., escúcheme, ¡allí caía hasta el apuntador!

Como han podido observar, quizás alguno de ustedes ojiplático, es que el gurú también sucumbe a veces a las bajas-medias pasiones de una forma febril y desatada, por muy espartana que sea su dieta habitualmente. En realidad, un servidor siempre ha sido consciente de lo importante que es dejarse llevar por el cucharamen, de vez en cuando, de forma lúdico-festiva, pues el hecho de echarse a la boca una porción de tarta de Lestedo, o a los tres chocolates, o una selva negra... o lo que diablos sea lo que a uno se le antoje en ese momento, es bueno para el cerebelo reptiliano y el bienestar de todo el organismo. El sesamen de los homínidos nos conmina a recibir –aunque sea muy de vez en cuando- unos pequeños chutes de endorfinas, dopaminas y encefalinas, producidos éstos por la ingesta discrecional de la guarrería de turno. Dicha operación (“dame pan y dime tonta”), cuando la ocasión la pintan calva, es en verdad justa y necesaria.

Con el tiramisú, amigos míos, tan pecaminosa es su degustación como lo son sus orígenes, pues en su aspecto histórico algunos estudiosos señalan que el primer prototipo de tiramisú se gestó en los burdeles del noreste de Italia, en la región de Véneto, tras la Segunda Guerra Mundial; es decir, al inicio de la década de los cincuenta; cabe suponer que las ganas de festejo de la población en general, finiquitada ya una guerra que se cobró la vida de 50 millones de personas (más de la mitad civiles) y el doble o el triple de heridos, debían ser muchas-muchísimas, tanto es así que a la postre algunos burdeles disponían incluso de maestros cocinillas que, al parecer, permitían a la madame ofrecer a los clientes noveles, como sello y cortesía de la casa, un “reconstituyente” de bienvenida citando las emblemáticas palabras: “toma cariño, que te voy a dar una porción de “te tira su”..., pero ojo, que aunque la expresión de “te tira su” en dialectos itálico-véticos podría ser el equivalente en castellano de “tentempié”, de aquellas dicha expresión obviamente tenía más que ver con la disposición “anímica” del crápula de turno; piénsese, si no, que tanto el cacao como el café son ambos unos antidefatigantes magníficos debido a las metil-xantinas que aportan, teobromina y cafeína respectivamente, y si al cafecito negro con el que se empapa la sustancia esponjosa se le añade un toquecito de ron -o de Amaretto- con la intención de aromatizarlo..., pues miel sobre hojuelas, ¿o no?

Dicho sea de paso, y volviendo ya a tiempos actuales, para todo aquel o aquella que esté a punto de pecar (con la cuchara, digo, con la cuchara) es cuasi obligatorio tomarse el tiramisú haciéndose acompañar de un buen canelazo –sin azúcar- para añadir a la ecuación la canela..., y a ser posible de la buena (que es tres veces más cara, por supuesto). El círculo intenso del placer “cerebral”, ahora sí, estaría al completo (léase artículo con mismo nombre, “canelazo”, a tales efectos).

Recuérdese, no obstante, que el tiramisú –aunque delicioso y para chuparse los dedos de los pies- sigue siendo un engendro de Satanás en toda regla y su consumo debe ser ocasional –que no reiterado- y en porciones “comedidas”...; es decir, que cuando ya nos hemos trapiñado -scronch, ñam, scrunch!- unos 13 kilos de este mantecoso postre, ya podemos ir pensando en dejarlo... ¡Ja! ¡Hasta luego, Lucas!

EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

26 sep 2021 / 01:00
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