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la mula al trigo

    CON porfía inasequible al desaliento, la concejala de Compostela Aberta, María Rozas, llevó a pleno la temosa voluntad de su grupo de fijar una tasa fiscal para el turismo que visita la ciudad. Y, como la insistencia parece que siempre tiene premio, logró ahora el apoyo de PSOE y BNG en la iniciativa de elevar a la Xunta –la competente para fijar dicha carga– la voluntad corporativa de que se apruebe. Se insiste en lo de premio, porque no hace tanto tiempo socialistas y nacionalistas se oponían a dicho impuesto cuando se debatió durante el mandato del anterior regidor.

    Las reseñas periodísticas no recogen -¡lástima!- las sin duda fundadas tesis que llevaron a ese cambio de criterio en PSOE y BNG pero sí repiten, por el contrario, el manido propósito de las Mareas, afianzado en un informe realizado por el recordado catedrático Luis Caramés que, en su propia expresión, no era más que una aproximación desde la experiencia comparada de lo que ocurre en otras geografías, por más que concluyera la oportunidad de la tasa pero, eso sí, advirtiendo que “constituiría un erro unha imposición que só tentase aproveitar o proceso de rápido crecemento do sector, sen a prudencia e o sentido común que calquera novo tributo esixe”.

    Ocultó, sin embargo, al pleno la proponente de las Mareas que frente al dictamen del catedrático de Economía Aplicada de la USC y dentro de su mismo grupo Colmeiro que él presidía, otros economistas y profesores universitarios como la ex decana Maite Cancelo o Isabel Neira se oponían a la conclusión de su compañero con igual de argumentadas razones, lo que acaso suponga un merecido reproche a la particular caza de brujas que la concejala veía en la Xunta respecto de su formación, cuando se supo de la negativa del Gobierno gallego a dicha propuesta.

    A mayor abundamiento y circunscrita al estricto pero obligado campo de la fundamentación jurídica que afecta a todo impuesto, fue el catedrático de Derecho Financiero, César García Novoa, quien expuso en este mismo periódico su certero diagnóstico de las no pocas complejidades que la fijación de esa tasa suponía respecto de los objetivos que se proponía.

    Y así, mientras la Corporación debate si churras o merinas y, respecto del turismo, la riqueza patrimonial, cultural y gastronómica de la ciudad pasa inadvertida para la gran parte de los turistas –en verdad estadística analizada por el profesor Elías Torres en documentado trabajo–, el organismo municipal encargado de corregir tan lamentable estado de cosas anda por las Españas en consunción y armonía con las otras ciudades-patrimonio vendiendo humo con ese “viaje extraordinario” con que se promocionarán en el futuro, desde el engañoso reclamo de que en Santiago se pueden vivir “experiencias nuevas, emocionantes y seguras”. Justamente todo aquello de lo que adolece el turismo en Compostela.

    La tasa, que puede que venga, deja sin embargo en la mochila de lo trascendente la más necesaria reflexión
    –nunca debidamente abordada– sobre la separación y consiguiente trato específico de peregrino y turista y, más que eso, la definición y aplicación de las políticas necesarias bien para aventurarse por el inexplorado camino de atender al visitante que acude con el propósito de vivir su propia experiencia desde la realidad de una sociedad que le resulta ajena, inmiscuyéndose en ella, o seguir resignados al guiri autocomplacido con la foto y el suvenir de patacón.

    29 nov 2021 / 01:00
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