Toda la vida entrenando

ALMORCÉ el otro día junto a un pescador de pulpo; un profesional que vive de ello. ¿Existe este oficio? Yo pensaba que el pulpo viene de Turquía y se cría solo. Mi vecino de mesa se levanta a las cuatro de la mañana y pesca hasta las dos de la tarde, en que ha hundido nasas a más de veinte metros de profundidad listas para mañana y ha depositado en la lonja las capturas de hoy. Tan ilustrativo su relato.

Antía Jácome, piragüista en Tokio: “Para dos minutos que dura la prueba yo tengo que estar cuatro años entrenando”. Ona Carbonell lamenta que no le hayan permitido llevar a su rorro a Tokio y amamantarlo a la vez que ella compite en natación sincronizada. Acepta un reglamento restrictivo por pandemia y expande que la maternidad no empece para ser deportista de lujo y tener más medallas que nadie.

En 2019 le puso danza a un discurso de Nelson Mandela hace veintiún años en Mónaco: “El deporte puede crear esperanza allí donde una vez sólo hubo desesperación. Es más poderoso que los gobiernos a la hora de romper barreras raciales. Se ríe en la cara de todo tipo de discriminación”. La voz de Mandela sonaba y la chica hizo vibrantes evoluciones acuáticas entre sirena y crustáceo, fuertes y elegantes.

Puedo caminar doce kilómetros a cuatro por hora y celebro que otros recorran cuarenta y dos kilómetros en el mismo tiempo, son maratonianos que nos inspiran a los peatones urbanos. Que haya Juegos Olímpicos y que jóvenes multi todo, raza, lengua, costumbres, que felicitan sin envidian al medalla-de-oro aunque ellos se contentan con “lo importante es participar”.

Que haya Juegos Olímpicos y que los septuagenarios pancistas los sigamos desde el sillón. La vida incluye lucha, contra la pereza en primer lugar; tiene mucho de deporte: repetir siete veces el mismo ejercicio, de flexión o de virtud moral. El que persevera gana.