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Todo para el fuego

    “TODO para el fuego. Nada para el gusano de la tierra: León Felipe. Pienso eso mientras salto la hoguera imaginaria. Es noche de limpiar el dolor, de quemar la ropa vieja, de vaciar el caudal de los odios. Muchos, acumulados en este tiempo de extremismos. Salimos de la pandemia por la brecha nocturna de San Xoán: un viaje en el tiempo a lomos de la noche.

    Echo de menos esa reunión vecinal, el cuerno de la hoguera. Echo de menos el mito y la leyenda, convertidos en cajas de madera arrojadas al fuego, esas cajas que contenían cerezas de sangre inmaculada, joyas de temporada. El tránsito al verano nos sostiene, hechiceros en la noche cálida, contemplando Libredón desde el Pico Sacro, como en un documental de Javier Sierra. A lomos del agujero de gusano, viajamos entre la lluvia roja de los meteoros.

    Por nuestra grandísima culpa. Nos aliviamos del dolor y el parir de la primavera, nos aliviamos del mes más cruel. Las raíces crecieron en los capiteles del subsuelo, formaron bellas coronas para las frentes más lúcidas. Anoche no pudimos librarnos de todo mal, no pudimos dar al fuego cuanto nos sobra, que es mucho. Cuanto nos pesa: sacar la piedra del corazón.

    Quisiéramos inaugurar un nuevo tiempo, sabernos libres del lastre que nos arrastra al fondo, flotar de alguna forma como seres ingrávidos, divinos, angélicos sin remedio, humanos perfumados de una alegría sanadora, una alegría que ya habíamos olvidado. No deseamos una nueva normalidad, sino la vieja. La vida es corta y esquiva: conviene no dilapidarla en la tiniebla.

    Deberíamos volcarnos en vaciar las ánforas y en probar la miel, como poetas antiguos, no dejarnos llevar por la estrechez de los nuevos dogmas que abominan del alma creadora. Alguien, en alguna parte, insiste en dominar al ser humano, en hacerlo triste, en corroer su libertad, en mediatizar sus pensamientos, en engañarlo con el señuelo de un maniqueísmo estúpido. Quememos la simplicidad. Arrojemos al fuego todo el encono doctrinario.

    Y al cabo, la política sólo es un artefacto humano. Puede servir para mejorar la vida de los hombres, y también para despertar los demonios y para abrir la caja de los males. Conviene no usarla como un fin, sino tan sólo como un medio. Los fines son más altos. La alegría, el amor, la risa, la ternura, la compasión, la música, la noche y sus estrellas: he ahí las cosas que importan.

    Nadie echará de menos, en la última vuelta del camino, los engranajes del poder, las herrumbres del odio, la lucha feroz por manejar los hilos, las tramoyas del gran teatro del mundo. Todo es, al final, un decorado. Todo es cartón piedra, y sólo los personajes, sin los ropajes y los oropeles del triunfo, sin la falsa creencia de una vana superioridad, merecen nuestro llanto y nuestra risa.

    Todo para el fuego y nada para el gusano de la tierra. Dejemos limpio el horizonte. Las fronteras serán un día un lugar donde sólo crecen ortigas y matojos, nadie identificará la tierra de nadie, pues toda es la misma. La única patria es la paz y la alegría, la infancia, quizás. De adultos todo se convierte en tierra quemada, en territorio conquistado.

    Creo en la compasión, en el reconocimiento del otro, que siempre es otro yo. Luchamos con ternura casi infantil por cosas banales que creemos grandiosas, cosas que se desharán como lágrimas en la lluvia. Necesitamos arrojar ese fardo de furia al fuego de la noche: todo, todo para el fuego, todo salvo la risa, salvo las ánforas de vino, salvo la miel y las cerezas.

    24 jun 2021 / 01:00
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