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Twitter y la libertad de expresión

    A Elon Musk le debemos que nos haya permitido desenmascarar una vez por todas a una parte de la izquierda “woke” y antiliberal. La que cree en los “espacios seguros”, es decir, en lugares donde el debate y la discrepancia son odio, y todo lo que se escape mínimamente de su radar ideológico se convierte automáticamente en facha, machista o racista.

    No es cuestión de que nos guste más o menos que el magnate norteamericano se gaste 44.000 millones de dólares en adquirir una de las redes sociales más importantes del mundo. Es una decisión empresarial y privada. ¿Podría invertir esos miles de millones de dólares en acabar con el hambre en el mundo? Teniendo en cuenta que, según las Naciones Unidas, en 2020 de manera aproximada el 10% de la población estaba desnutrida, el reparto sería de apenas 57 dólares por persona.

    Pero sí tiene un trasfondo más relevante, que es el de la libertad de expresión. La intención de Musk es la de reducir la magnitud de las restricciones a las que los usuarios están sometidos a la hora de poder tuitear. En sus propias palabras, “la libertad de expresión es la base de una democracia funcional y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”. En principio, todo lo que no suponga una amenaza más o menos creíble o una incitación a la violencia estará permitido, siguiendo las normas que regulan la libertad de expresión fuera de Twitter en Estados Unidos. Además, pretende publicar el código que da forma al algoritmo de Twitter para que cualquier persona del mundo pueda comprobar, criticar y/o mejorar el funcionamiento de las nuevas reglas.

    A la izquierda iliberal le molesta que solo una persona pueda controlar un espacio como Twitter, pero al mismo tiempo se queja de la ausencia de control que habrá cuando se impongan las nuevas normas. Si lo que les preocupa es el quién y no el qué, quizás el problema no es que les de miedo la desinformación, sino que temen el debate y la libertad de expresión de quienes no piensan como ellos. Incluso suponiendo que tengan razón, podrían mejorar notablemente sus argumentos escuchando a sus adversarios políticos.

    Quizás ese control debiera ejercerlo una autoridad estatal. Pero salvo que estemos en un régimen como el de China en el que el Estado tenga casi un poder absoluto sobre lo que se puede y no decir, esta estrategia es errónea y solo conduce a una mayor desconfianza sobre “la verdad”, y a una mayor polarización. Justamente esto es lo que ha pasado en Estados Unidos al expulsar a Donald Trump de Twitter. El expresidente ha creado su propia red social, y muchos han sido los que han abandonado Twitter para seguirlo.

    Puede ser razonable limitar a quien esté mintiendo con intenciones oscuras como QAnon, pero no a un ciudadano cualquiera por su manera de pensar.

    03 may 2022 / 01:00
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