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Un Club de anticrispados

    ME PARECE bien que algunos políticos hayan salido a la palestra reclamando menos crispación, que suele venir precisamente de la política. Estaría bien un Club de anticrispados, que recupere la misión primera de esa profesión, que es dar a los ciudadanos la mayor felicidad posible.

    Dirán ustedes que no está el horno para felicidades, cuando tenemos una epidemia que crece peligrosamente en estos primeros días de enero. Por supuesto que la misión fundamental de la política es poner coto a esta desgracia, y a cuantas salgan al paso, pues el torbellino y el vértigo no dan descanso. No se puede progresar en la incertidumbre. Admitimos que los políticos no son superhéroes, pero bastará con que no sean obstáculos. Hay que acometer una progresiva desideologización del presente, no porque las ideas o las ideologías no sean necesarias, sino porque a veces se superponen a las necesidades inmediatas y nublan la realidad real.

    Lo mínimo que se le tiene que pedir a los liderazgos es que no alteren los ánimos de la gente, que no introduzcan elementos de discordia, que no empeoren lo que ya de por sí es muy malo. Globalmente ha ocurrido: denostamos 2020, que ya es un feo cadáver, un difunto amortajado. Ha sembrado dolor y ha dejado políticas circenses, muy ruidosas y dañinas algunas de ellas: discordantes con la modernidad, increíbles desde la razón.

    El ciudadano debería estar protegido de un ruido que no merece. Y, sobre todo, de sus consecuencias. La pandemia ha terminado por exasperar a los que prevén un futuro excesivamente reglamentista, en el que la norma es alabada de manera sistemática. Sucede que, sin normas, sobre todo médicas, no se puede vencer a la pandemia, que se expande en cuanto puede, y negar la ciencia es impropio del siglo XXI. Pero se puede entender que se atisbe un futuro orwelliano, animado por la tecnología, que, como todo, puede usarse bien o puede usarse mal. Lo primordial es siempre la libertad. Pero la libertad ha de beber del conocimiento, no de la promoción interesada de la ignorancia. La libertad exige responsabilidad. Y amor por los demás. Pero me parece bien que nos pongamos en guardia con respecto a un futuro coercitivo y prohibicionista, como el que los expertos auguran. Si es que ese futuro no está ya entre nosotros.

    Un Club de anticrispados en el mundo de la política sería una buena cosa: tendría que dejar de lado la propaganda como instrumento básico, y la creación de tensiones como estrategia poco edificante. Vivimos tiempos en los que comunicar, ese festín de los eslóganes, parece más importante que hacer. Pero también es cierto que hacer no es lo único que la política debe perseguir. El vértigo puede llevar a errores, la aceleración suele ser muy mala consejera. Aunque sería buena a la hora de poner vacunas, por ejemplo.

    Quizás aceleramos lo que no debemos, sin calcular, a veces, los efectos. La realidad es cambiante y sobre todo es compleja: lo que no se hace desde la reflexión serena y desde la complejidad, desde el análisis profundo, suele dañar la democracia y, por tanto, suele dañar al pueblo. Gobernar es saber utilizar los matices, crear empatías. La vida es breve y hay que hacer que no sea un sinvivir. La desafección crece por cosas así.

    07 ene 2021 / 00:00
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