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Un cuarto de hora diario de lucidez

CUENTA Manuel Azaña en sus Memorias que una de las cosas que más anheló en su acción de gobierno fue el poder tener un cuarto de hora diario de lucidez, una lucidez que, desgraciadamente para él y para nuestro país, le faltó en ciertos momentos críticos, y que sólo al final recuperó parcialmente en el discurso que pronunció, mediada la guerra civil, el 18 de julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona, y en el que las palabras “Paz, piedad, perdón” pretendieron ser un tardío mensaje de reconciliación.

A mi juicio, este viejo anhelo de lucidez sigue siendo una asignatura pendiente de los políticos que hoy rigen nuestros destinos, no sólo para abordar los problemas más acuciantes del momento desde la razón y con la ley, en lugar desde la emoción y con la ideología, como suele ser la práctica habitual, sino también para evitar un constante recurso a las segundas en detrimento de las primeras.

Un cuarto de hora diario de lucidez que brilla por su ausencia cuando el Gobierno promueve el incumplimiento de leyes y sentencias judiciales, o accede a ello por chantaje, complicidad o simple mímesis, ya sea con nacionalistas vascos o independentistas catalanes, en asuntos que un conocido diario de difusión nacional rebaja eufemística y frívolamente a “simples asuntos territoriales” sin la menor trascendencia constitucional, pese a que los actos tendentes al blanqueamiento del terrorismo en un caso y al indulto del secesionismo en otro no hacen sino confirmar dicha trascendencia. O cuando el presidente del Gobierno, en el transcurso de la conmemoración del 25 aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, en Ermua, califica a Euskadi de “país”, ante el rey, dando con ello una clara muestra de esta falta de lucidez tanto en la forma como en el fondo.

Un cuarto de hora diario de lucidez que brilla por su ausencia cuando el Gobierno utiliza inconstitucional o desleamente las instituciones, empezando por la Jefatura del Estado, cuyo papel silencia, limita o contraprograma en eventos nacionales y en reuniones internacionales. Cuando patrimonializa organismos públicos, como el el CNI o el INE o el CIS, con el fin de controlar, como reconocía el presidente de este último, José Félix Tezanos, a “propaladores de argumentos agresivos”, que siempre pertenecen, por cierto, a la Oposición y nunca al Gobierno. O cuando asalta empresas estratégicas, como Indra, al adquirir, con la connivencia de terceros, más del 30% de los derechos de voto, lo que obligaría a lanzar una oferta pública de adquisición por el 100%, de acuerdo con el sistema regulado por la Ley 6/2007 ( o “Ley de Opas”) y conocido como “sistema de opa a posteriori”.

Un cuarto de hora diario de lucidez que brilla por su ausencia cuando el Gobierno plantea una nueva reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, no con el fin de reforzar la independencia de los órganos judiciales, sino más bien de asegurarse su control, en clara contradicción con lo dispuesto en los preceptos constitucionales vigentes o con lo dictaminado por la Comisión Venecia al respecto. Cuando propone una Ley de Memoria Democrática, ignorando, bajo un concepto que Gustavo Bueno no duda en calificar de “espurio”, que la Historia ni es “memoria”, ni se construye por la “memoria”, y atentando contra las más elementales normas de la Historia, el Derecho y la Gramática, en un totum revolutum caótico, incoherente y sectario. O cuando pretende poner en pie un “régimen” hecho a su medida, que no se corresponde con la realidad legal, política o social.

Un cuarto de hora diario de lucidez que brilla por su ausencia cuando el Gobierno planifica unos planes de estudio conducentes, como señala acertadamente Emilio Lledó, a dominar la mente de los alumnos con el fin de convertirlos en súbditos entontecidos, en línea con lo que Federico II de Prusia pretendió hacer con los suyos, al advertirles: “Pensad lo que queráis y tanto como queráis, pero obedeced”.

Cuando exige a la Oposición, entre insultos y denuestos, el sometimiento a sus políticas, como coartada para aparentar la búsqueda de un consenso que no desea, y luego publicitar la negativa a esa sumisión como una deslealtad constitucional.

O cuando juega con la estabilidad política y la seguridad jurídica, necesarias para atraer inversiones extranjeras, como hizo en el debate sobre el estado de la nación. ¿Un cuarto de hora diario de lucidez? ¿Dónde?

16 jul 2022 / 01:00
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