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Un paseo por Manhattan

    UN paseo por Manhattan, sea cual sea la zona que se elija, alta (Cloisters), media (Central Park) o baja (Washington Square), resulta siempre muy agradable; a mi juicio, tal vez la mejor época del año es el otoño, lejos del calor tórrido y húmedo del verano, en pleno autumn foliage, con objeto de observar el cambio de color de las hojas (leaf peeping) de los arces, robles o espinos, de verde a amarillo, naranja o rojo, del propio Central Park o, un poco más lejos, del Valle del Hudson o de las Montañas Adirondacks; pero, en cualquier caso, independientemente de la estación, siempre resulta, como digo, muy agradable. Aunque no se atrevió a confesarlo abiertamente, imagino que esto fue lo que en el fondo pensó nuestro presidente del Gobierno cuando pidió a su jefe de gabinete, el anterior, Iván Redondo, o el actual, Óscar López, no lo sé, que le organizara un viaje a Estados Unidos, con Nueva York como primer destino.

    Sólo así se explica que el viaje comenzara con una beauty parade neoyorquina ante Larry Flink, de Blackrock, y Michael Bloomberg, de Bloomberg LP, y concluyera con la (re)inauguración de la sede de la Oficina Económica y Comercial, tres pretextos, tres, para dejar a salvo horas de libre disposición. En el primer caso, lo que es llamativo, y que justifica esta impresión, no es lo que Flink o Bloomberg ofrecieron a nuestro presidente, ya que, aparentemente al menos, no le ofrecieron nada, sino lo que éste no pudo ofrecerle a aquéllos, esto es, un marco regulatorio abierto, flexible y atractivo para las inversiones extranjeras. Sobre todo cuando, a escasas horas de distancia, la ministra de Economía manifestaba que nuestro país seguiría manteniendo los instrumentos de vigilancia de las inversiones de terceros países; y la de Trabajo, denostaba el papel de fondos de inversión como los que el propio presidente visitaba.

    Si la estancia en Nueva York invitaba, dada la parca agenda exterior, a un paseo por Manhattan, las sucesivas estancias en San Francisco y Los Angeles invitaban, a su vez, por idénticos motivos, a sendos paseos por Fisherman’s Wharf o Melrose Avenue, respectivamente. En concreto, el encuentro con Tim Cook, de Apple, en San Francisco, fue un trasunto de los mantenidos con Larry Flink y Michael Bloomberg, sin ningún resultado a la vista que no fuera un simple apretón de manos, confirmando de esta manera lo innecesario de un viaje huero de contenido. Pero si esto ya de por sí fue grave, lo fue todavía más la reunión con Gene Block, de la Universidad de California, en cuyo transcurso Pedro Sánchez se autoproclamó defensor del español en el mundo, cuando aquí lo que hacen los partidos secesionistas, o incluso su propio partido o partidos afines en Baleares, Cataluña o Valencia, limitando el derecho constitucional a usarlo, le trae sin cuidado.

    Además de declaraciones tan contradictorias como éstas, hubo otras que, además de contradictorias, fueron imprudentes, reveladoras de su escaso conocimiento de los rudimentos básicos de política exterior en general, y de diplomacia en particular. Las críticas a Donald Trump, que, en otro contexto, no digo que no sean merecidas, que lo son, estaban fuera de lugar: por una parte, porque ponen de manifiesto un desconocimiento absoluto de Estados Unidos como país, como en su día lo puso igualmente de relieve José Luis Rodríguez Zapatero al no levantarse al paso de la bandera americana; y, por otra, porque no puedes ejercer una crítica de esta naturaleza hacia un expresidente, cuando, al mismo tiempo, estás mendigando una entrevista a su sucesor, por mucho que uno y otro pertenezcan a diferentes partidos: ambos son del mismo país y, sensibilidades políticas al margen, su sentimiento nacional es común.

    Por si esto fuera poco, esta parca agenda exterior se vació todavía más con dos hechos que coincidieron con este viaje y que no pueden pasar inadvertidos: la toma de posesión de la nueva secretaria de Estado de Cooperación Internacional y el reiterado silencio del Gobierno en materia de derechos humanos, especialmente cuando estos afectan a Cuba, Venezuela y Nicaragua. En esa toma de posesión, Pilar Cancela, la nueva titular del cargo, se definió como “socialista y comunista”, definición que si en el ámbito privado es tan respetable como otras, en el ámbito público, en cambio, no se compadece con una política exterior de corte occidental: ¿va a ser esta política, a partir de ahora, socio-comunista?, ¿ va a ser esto lo que vamos a vender, entre otros países, en Estados Unidos? Y en los derechos humanos: ¿cuál es la razón de ser de una defensa tan selectiva de ellos?, ¿ para qué sirve la Estrategia de Acción Exterior?

    31 jul 2021 / 01:00
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